La democracia no es sólo una forma de organización política y una modalidad de gobierno, sino además una cultura de vida que se basa en el reconocimiento de la dignidad humana, en el compromiso con la libertad y con el derecho de todos los ciudadanos a participar en las decisiones gubernamentales a través de sus representantes.
Creer en la democracia es una cosa; vivir y gobernar conforme a esta creencia, es otra. La pérdida de la libertad acompañada del silencio del entorno, no dignifica a un país democrático y soberano.
La “democracia” ecuatoriana tiene un TUMOR MALIGNO que está alojado en Bélgica y con metástasis en la Asamblea. El desesperado objetivo sería “borrar” las huellas incriminatorias, resguardarse con amnistías, indultos, anulación de sentencias, etc. en definitiva, impunidad, venganza y, por supuesto tomarse las esferas del poder. El presidente Lasso está en la mira.
El Ecuador atraviesa por un período de preocupantes turbulencias económicas, políticas y sociales, sobre todo por el tsunami de la corrupción que puede tirar fuera de borda su frágil institucionalidad.
La corrupción prospera cuando hay tolerancia social, adoración al dinero y al éxito irracional, y por un apetito desmedido de poder. Su origen está en la caducidad de los valores morales y en la ignorancia de la ética.
La corrupción se ha convertido en una “cultura”, en un modo de ser, y es el eje en torno al cual gira la demolición de la democracia, la destrucción del Derecho y la inauguración del Estado de Propaganda. Esa cultura hace metástasis, convierte a la mentira en verdad, construye “liderazgos”, protege a sus mentores y beneficiarios.
La ingobernabilidad va más allá de las instituciones y constituciones, ya que se origina en el pobre carácter de algunos políticos irresponsables, carentes de principios y amor por el país, reflejo de una sociedad débil que hoy a través de sus genuflexos apóstoles luchan como gatos panza arriba para acceder a la impunidad a cambio de apoyo político que les permita mantenerse como “SANTOS VARONES”.
Es penoso y vergonzoso pensar que, durante catorce años estuvimos gobernados muchos de sinvergüenzas, espiritualmente mínimos, que saquearon sin misericordia al Ecuador; seguidos y venerados por una gran cantidad de borregos insulsos y anodinos, distribuidos en todas las instancias del poder político y en las instituciones del Estado.
La triste realidad es que, hoy vivimos en un país arrasado por el saqueo económico y moral. (O)