La muerte cruzada murió. La mataron los que estaban llamados a declararla y, la mataron, sin contemplaciones, no obstante que el rechazo a la Ley de Inversiones, habría sido, pese a los riesgos, el momento exacto para proponerla. Se desperdició así esa excepcional e histórica oportunidad. Si de salvar al país se trata, no debió dudarse en imponerla. En el ínterin, la pugna entre Ejecutivo y legislativo se incrementó –en medio de mutuas acusaciones- a niveles que van resultando insostenibles, mientras el país se hunde en una negra espiral de desconcierto e incertidumbre.
Esa indecisión determinó que el gobierno saliera totalmente debilitado, por lo que la Asamblea, con la mayoría dominante, podría –cuenta con más de las dos terceras partes- “cesar en sus funciones” al Presidente de la República, (Numeral 2 del Art. 130 de la Constitución- a condición de que cumpla con las pertinentes exigencias constitucionales o si, absurdamente, decide -en este país del todo es posible-incumplirlas, como ocurrió con el expresidente Abdalá Bucaram, a quien declararon “incapaz mental”. Lo cierto es que el cisma crece y las soluciones se alejan cada vez más.
En medio de tanta desgracia, ocurrió para ventura de la justicia y del país, que el 28 de marzo tres fiscales norteamericanos de Miami dispusieran y lograran –mientras se bronceaba- la detención del ex-Contralor Carlos Pólit, acusado del delito de lavado de dinero y por haber desvanecido glosas millonarias de Odebrecht a cambio de 10 millones de dólares. ¡Qué insignificancia!
El tema, adquiere ribetes dramáticos, si se considera la decisión de Pólit de obtener la rebaja de su pena a través del recurso de protección de testigos. Si “cantaclaro”, como es previsible, Correa –su ex-jefe- podría resultar involucrado, en cuyo caso, la alegación de que se trata de un juicio político, no procedería, por lo que, la Interpol estaría obligada a detenerlo. Se concretaría, así, una suerte de muerte cruzada –entre la justicia de EE. UU y el “Rafico”- quien, dicho sea de paso, la implementó en la Asamblea de Montecristi. Concluyo, diciendo, que a veces la justicia se hace con las propias manos y que, las manos no solo sirven para robar. (O)