Una cosa es pactar entre comunes mortales. Por ejemplo, para adquirir un vehículo, ir a cenar o mantener una reunión. Otra cosa, por cierto, muy distinta, es pactar con el diablo, y no precisamente con el Diablo de Píllaro que tiene más sentido patriótico, sino con el de los intereses oscuros, corruptos y nefastos de más de una década.
Miremos. En todo acuerdo hay cálculos de diverso tipo. Se pone de por medio los intereses de uno y de otro. Hasta ahí todo bien. Es legítimo. La intención de uno y la intención del otro suponen la fórmula del camino para encontrar una solución amistosa y objetivos más amplios en la negociación por alcanzar un convenio. Hasta aquí nada del otro mundo. Todo está clarito.
El problema viene ahora. Cuando los objetivos de uno y otro, carecen de legitimidad y legalidad. Son corruptos y delincuenciales. Son contrarios a los intereses de quienes representan, o únicamente hacen un cálculo inmediato de consecuencias utilitarias para unos pocos. Entonces, el pacto ya no es debido, el pacto es corrupto y sinvergüenza. Es el que se asemeja a un acuerdo del diablo, sin norte y moral, sin sentido de sociedad. Bajo y muy bajo.
Según las creencias cristianas, el pacto con el diablo implicaba que quien lo hacía ofrecía su alma a cambio de favores de tipo diabólico como son: la eterna juventud, la riqueza, el conocimiento, el poder o el amor. En esta historia que usted y yo conocemos, la de estos últimos días, interesa la impunidad, el desorden y el botín que se llevaron.
Es claro. Hubo fiscales, abogados, testigos y jueces que se jugaron el todo por la verdad y la justicia. Existió decenas de académicos y actores de la sociedad civil que respaldaron y presentaron argumentos para sostener el combate a la corrupción y deshonestidad con el aparato estatal. Hoy, todos, abandonados por un sistema jurídico que no protege y no entrega un mínimo de certidumbre, sino que es el instrumento del pacto vulgar.
Pactar con el diablo es una cosa; otra, cuando quienes lo hacen terminan pareciéndose a éste. Pacto entre diablos. Y lo peor: en plena cuaresma. (O)