Culpamos a los partidos políticos, sus candidatos, los líderes electos, por la pugna de poderes que se ha vuelto una constante, deteriorando la democracia. Tienen su parte. Sin embargo el pueblo es quien carga la mayor responsabilidad, pues so pretexto de equilibrar fuerzas designa en las urnas tendencias ideológico-programáticas completamente disímiles, como sucede actualmente en Ecuador y Perú.
Con el presidente de la República, Guillermo Laso de corte neoliberal y la Asamblea donde predomina la tendencia izquierdista, el acuerdo inicial de gobernabilidad funcionó para captar las dignidades parlamentarias. Y nada más. Ahora se encuentran entrampados en su laberinto interno y externo, cuyo perdedor es el propio pueblo que está paralizado en legislación, y se prepara a enfrentar consultas costosas e infructuosas. Ambiente aún más caldeado por la libertad del exvicepresidente Jorge Glas, pues se acusa de pactos entre Carondelet y el correísmo.
El flamante mandatario peruano, Pedro Castillo perteneciente a las filas socialistas, triunfó con sólo el 0,46% de votos sobre la conservadora Keiko Fujimori, quien captó en cambio la mayoría legislativa. Esta dicotomía en las urnas provoca ya dos pedidos de vacancia presidencial (destitución), varios gabinetes, manifestaciones callejeras, que le hacen imposible la vida al ocupante del Palacio de Pizarro, donde los cuatro años anteriores se turnaron otros tantos jefes de Estado, por el constante desacuerdo con los congresistas opositores.
Si los votantes no reflexionamos sobre la necesidad de escoger tendencias similares, para las dos principales funciones públicas, continuará la inestabilidad gubernamental. Porque el diálogo es casi inexistente, pues prima la imposición de intereses personales y partidistas. (O)