Esta provocativa pregunta se plantea el multimillonario Bill Gates en su último libro (Penguin Random House, 2021), sin embargo, a la par este se cuestiona si acaso una persona con su perfil, es decir, alguien que debido a su fortuna y actividades tiene una enorme huella de carbono podría contestarla.
Y su respuesta es positiva, pues señala que desde hace años se encuentra comprometido a cambiar el nivel de emisiones de su familia, de su industria, así como de los lugares donde invierte su dinero.
Gates afirma que, para evitar el desastre climático, se debería realizar por lo menos 3 cuestiones: i) alcanzar cero emisiones (actualmente son 51.000 millones); ii) aplicar energía solar y eólica; y; iii) crear tecnología de vanguardia que permita obtener estos resultados.
Sin embargo, la tarea es cuesta arriba, pues dentro del ranking de las actividades humanas que más gases de efecto invernadero producen se encuentra: a) construcción (31 %); b) consumo de energía eléctrica (27 %); c) agricultura (19 %); d) movilización (16 %); y, e) calefacción o aire acondicionado (7 %).
Así también, critica las fuentes de donde se obtiene la energía, de las cuales la renovables son tan solo el 11 %; mientras que, dos tercios corresponden a electricidad generada a partir de combustible fósiles.
El cambio climático conlleva una urgente mitigación y adaptación a sus efectos, entre las que se encuentran entre otras, la gestión de los riesgos derivados de climas extremos en el ámbito de la agricultura, así como poner énfasis en las personas vulnerables de nuestro entorno, incluir al cambio climático en el diseño y ejecución de las políticas públicas, por ejemplo, dando respuestas efectivas al estrés hídrico que viven ya algunas zonas del mundo e invertir en las soluciones basadas en la naturaleza (el caso de los manglares), además, procurar que las ciudades sean más sostenibles.
El autor llega a la conclusión que es preciso brindar respuestas desde la colaboración internacional, y usa el ejemplo del combate del COVID-19 para ilustrarlo, es decir, que es necesario que los países se unan frente a una amenaza global; así también sugiere que es importante escuchar las respuestas desde distintas disciplinas científicas, y sobre todo poner énfasis en soluciones a los más vulnerables, quienes serán los que sufran mayores consecuencias. Y, por último, señala que esto no se dará de un día para el otro, y que es necesario un régimen de transición para llegar a las emisiones cero, cuidando la economía y apostando a la investigación y desarrollo. (O)