Ecuador, que tuvo a Guayaquil como uno de los escenarios más dantescos de la primera ola de covid-19, vivió este viernes su primer día de eliminación de la mascarilla entre el alivio de quienes se sienten libres de no llevar tapabocas y el temor de aquellos se resisten a dejarlo por posibles nuevos rebrotes.
El presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, anunció el jueves la eliminación del uso de tapabocas en lugares abiertos y cerrados, al señalar que el plan de vacunación «ha permitido que ahora 5 de cada 100 pruebas de covid-19 sean positivas», en lo que consideró «una clara muestra de que prácticamente hemos vencido al covid-19».
Sin embargo, las estadísticas del Gobierno no han calado en toda la población, y al menos en las grandes ciudades la gran mayoría es reticente a abandonar este elemento, cuyo uso era obligatorio desde abril de 2020.
En uno de los centros comerciales más concurridos de Quito, Efe constató que todos los visitantes y dependientes usaban las mascarillas, mientras desde los altavoces salían mensajes reiterando su uso obligatorio.
También en pequeños comercios seguía su uso. Gloria vende frutas en una tienda y aseguró a Efe que no se sacará la mascarilla por temor a rebrotes: «Ya estoy acostumbrada, también sigo usando alcohol todo el tiempo. A mí me da miedo», dijo a Efe, mientras una compradora la interrumpía: «Yo hasta ahora dejo los zapatos fuera de casa. Hay que tener cuidado».
Igualmente clientes y peluqueras usaban mascarilla en centros de belleza, así como dependientes y comensales en pequeñas cafeterías, e incluso Carmen, que vende flores en una acera de Quito, y Francisco, vendedor ambulante de cigarrillos, aseguraron que la seguirán usando «por precaución».
ROSTROS DESCUBIERTOS
Pero también hay quienes, como Christian Guañuna, creen fue «lo mejor que pudo hacer el Gobierno» ante la bajada de contagios, pues aduce que le resultaba complicado respirar con la mascarilla.
Es «un tiempo prudente ya porque en estos últimos feriados que ha habido (Carnaval y Semana Santa) ni se ha escuchado que ha habido contagios», anotó.
Con criterio dividido, María Nascimento, ve con buenos ojos la eliminación del uso en ambientes abiertos, aunque no en cerrados.
Entiende que la gente tenga temor a retirarse la mascarilla pues aún no ha terminado la pandemia y comprende que para los habitantes de la costa será un alivio mayor debido al clima.
Precisamente, en zonas costeras se notaba un amplio cumplimiento de la disposición gubernamental, aunque en ciudades como Guayaquil, de las más pobladas del país, el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) decidió mantener el uso obligatorio de mascarillas en lugares cerrados, con énfasis en el transporte público, centros educativos y casas de salud, entre otros.
Guayaquil, en el suroeste del país, protagonizó a inicios de la pandemia uno de los episodios más trágicos con los sistemas sanitario y funerario colapsados, lo que obligó a muchos a convivir con los cadáveres de sus familiares en sus hogares por varios días.
RESISTENCIA AL USO Y AL RETIRO
La disposición de eliminar las mascarillas llegó en momentos en que el país acumula más de 868.000 contagios confirmados por PCR y por sobre los 35.000 fallecidos durante la pandemia, entre casos confirmados y probables por la enfermedad.
Con corte al 27 de abril, las estadísticas oficiales señalan que el 82,95 % de la población cuenta ya con el esquema completo de vacunas y el 34,68 %, incluso tiene ya una dosis de refuerzo.
Pese los altos porcentajes de inoculación, Roberto Alvear cree «apresurada» la disposición del retiro y teme que haya rebrotes como ha ocurrido en China, donde se han ordenado cuarentenas.
«Nosotros aquí, como país, somos un poco desordenados todavía en cuestión de cuidados en la calle, entonces no me parece prudente evitar el uso de mascarillas en sitios cerrados», aunque sí en lugares abiertos, dijo a Efe Alvear, sin quitarse su mascarilla KN95.
Eduardo Castellanos, vendedor de mascarillas, coincide con Alvear pues sostiene que los tapabocas dan «protección y seguridad».
«No creo que porque el Gobierno decreta, todo el mundo va a hacerle caso. Hay gente que cuida su salud y usamos todavía la mascarilla, comentó.
Luis Rubén Jerez, comprende el temor de la gente: «En un principio no querían ponerse la mascarilla y ahora no quieren quitársela. ¿En qué mundo vivimos? pero de todos modos, le vencimos al virus y ya, por fin, somos libres», anotó.
La gente «que quiere protegerse, puede ponerse traje espacial, si quiere hacerlo, eso está a discreción. Si quiere ponerse doble mascarilla, perfecto, pero yo ya me siento libre, tengo la cuarta vacuna», dijo a Efe este quiteño que vive en Estados Unidos.
«Y si en uno o dos meses regresa, nos ponemos otra vacuna», simplificó. EFE