¿Y las máscaras, presidente?

David Samaniego Torres

Llegó la hora. Algo superficial, circunstancialmente necesario, pasa al rincón de lo vivido: el uso de la mascarilla. La pandemia externa, y aquella vivida casa adentro, dejan huellas, historias, comportamientos, anhelos y tragedias, que recordaremos por mucho tiempo, de diverso modo: con alegría por haber salido ilesos y, también, con lágrimas por familiares y amigos que ya no están entre nosotros.

Hasta hace dos años nunca valoré debidamente la expresión de los labios, el rictus de una sonrisa, el timbre de la voz, tampoco la riqueza de las expresiones faciales de quienes tuve y tengo a mi alrededor. Ecuador se despide parcialmente de las mascarillas. En buena hora, porque nos volvemos a ver tal cual somos.

No quisiera, pero debo hacerlo. La pregunta no es capciosa. Es directa: con nombre y apellido. Señor presidente Lasso: ¿cuándo firma usted el decreto para prohibir el uso de máscaras en Ecuador, a todo nivel, en todos los rincones, en los estamentos de Gobierno, al interior de las Fuerzas Armadas, en la Asamblea Nacional, en la administración de justicia, en la empresa privada, etcétera, etcétera? El Presidente, en Ecuador, es quien preside la ejecución de las políticas necesarias para realizar las acciones pertinentes en bien de la sociedad.

Presidente Guillermo Lasso: los males que nos aquejan no los ha creado usted, pero usted los conocía y prometió saber cómo erradicarlos. Los pecados de omisión, son tan o más graves que los de comisión; así nos enseñaron, a usted y muchos otros. Por ahora basta de exordios, al grano. Mañana quiero despertarme en el Ecuador de mi niñez y también de mis años maduros. ¿Cómo puede usted convivir con mandos militares corruptos?

Usted gobierna, no yo, Presidente. Vea cómo hacerlo, otros lo hicieron. Busque dónde vendan vestimentas de guerreros del bien. Persiga la claridad que anda de la mano con la verdad. Hágase amigo de la justicia y sabrá quienes a su alrededor cavan su sepultura y la salud de la nación. Despéguese de su natural apego a réditos materiales y conviértase en arquitecto de un Ecuador que, tambaleándose, sabe a dónde quiere dirigirse.

Alguien dice que su gobierno coquetea con Dios y con el diablo para mantenerse en pie. Parece ser… que así es. La tolerancia enfermiza al igual que la carencia de ejes conceptuales son andariveles expeditos para aniquilar los anhelos de recuperación del país. ¡Si un día desfallecemos que sea luchando, Presidente! (O)