Cuando leo a Manolo Sarmiente, referente del cine ecuatoriano contemporáneo desde la producción, la cátedra y la crítica, en su muro sobre “Lo invisible” que, es una película fuerte, potente, exigente y muy bien construida y que da material para conversar largo como lo hacen las buenas películas, allá fuimos y disfrutamos su proyección con la inusual compañía de un grupo de monjitas con quienes, a la salida, conversamos animadamente como, después, con los amigos en nuestro café de las tardes.
Ellas, este cordial grupo de ilustradas religiosas con quienes compartimos la película, estaban impresionadas por el recuerdo que les motivó el film, de cómo un sector de la sociedad ecuatoriana escondía a sus recién nacidos de madres solteras, a nacidos con deformaciones congénitas o retraso en el desarrollo, a sus enfermos y por otros prejuicios en sus casas de campo, quintas o haciendas; les recordó el papel de las madres sustitutas que llegaban a amar a estos niños recibiendo su afecto y el rechazo y ocultamiento de los progenitores, y la conversación se amplió a otros casos de invisibilización social como, por posiciones ideológicas, políticas, raciales, religiosas, de género, la pobreza y la desigualdad que muchas veces no se ven pero que, las artes en general, la literatura y el cine en particular, las hacen visibles.
Y como escenario el paisaje andino ecuatoriano, también invisibilizado frecuentemente, aquí perennizado en sutiles y sugerentes abstracciones y claroscuros como fondo a la complejidad humana incapaz de armonizar consigo mismo y con su entorno, refugiándose en un insilio borrascoso; la cultura tradicional que se manifiesta como en ráfagas de luz; la calidad de los actores cuya sensibilidad destaca su director Xavier Andrade. Una película que contribuye a visibilizar muchas bondades culturales y paisajísticas como también traumas humanos y sociales y un cine ecuatoriano siempre en ascenso por sobre todas las dificultades que, a veces, también lo hacen parte de lo invisible. (O)
