Desde sus albores, el avance tecnológico ha cambiado al mundo. Ahora mucho más con el internet, cuyo mayor impacto e incidencia en todos los órdenes de la vida sobrevino con la pandemia.
El mundo, diríamos, lo tenemos en la palma de la mano. En la “jungla digital”, así haya filtros o controles, pasa todo. Las mentiras se vuelven verdades, el intento por no quedarse atrás hace tomar decisiones, a veces, absurdas; se informa, se desinforma. La interactuación en las diversas plataformas atrapa a la humanidad, volviéndola dependiente en extremo de ellas, hasta modelando su conducta, cuando no manejándola.
En ese panorama es fácil la manipulación. Se sofistica el delito, incluyendo el de información reservada, de datos personales; y hasta se pretende controlar a las sociedades, cuando no el ejercicio de la libre expresión.
El campo digital ha disparado el esnobismo. Todos buscan “ser alguien” en la telaraña de las redes sociales. Les vasta un “like” para, vanamente, creerse empoderados, cuando no queridos, estimados, respetados, leídos y hasta influenciables.
Ahora se pone de moda el llamado reto viral: 48 horas. A jóvenes y adolescentes, a través de las redes sociales los invitan a desaparecerse durante ese lapso, para ver quien deja menos rastros de búsqueda.
Padres de familia, autoridades, entidades de seguridad, han sido alertados para, en la medida de lo posible, evitar tan extraño reto, sobre todo sus potenciales consecuencias.
Se estaría utilizando a los jóvenes como ratones de laboratorio para extraerles información. Pues los datos les servirían a los creadores para “enfocar estrategias de mercadeo, ideológicas, políticas, psicológicas”.
Para los psicólogos, por medio de esos “retos virales” los jóvenes buscan notoriedad, ser aceptados en una comunidad, aun arriesgando sus vidas.
Hace falta una educación digital, comenzado por conocer metodologías para bloquear tales aberraciones, sobre todo para entender lo valiosísimo del internet, pues su positividad casi no tiene límites. Esta debe ser la tendencia.