A mí, mi mamá me enseñó de feminismo. No sé si ella lo sabe, pero lo hizo desde que tengo memoria. Nunca permitió que en casa se hable mal de otra mujer. Nos enseñó que no se debe soportar jamás maltratos ni golpes y que, si eso pasa, en casa tendremos un refugio, un lugar seguro, sin críticas.
De ella aprendí economía del hogar, a que la plata alcance, hasta para esos pequeños lujos, como ir al cine el domingo o salir por un helado. Me enseñó que es posible trabajar, viajar, negociar, cuidar la casa, criar hijos y sobrinos, y además leer, hacer golosinas, conversar con las primas, autocuidarse y verse guapa.
También me enseñó de ecofeminismo, a cuidar del agua, cerrar el grifo, separar la basura, reciclar y reusar todo; aprovechar lo que teníamos al máximo: heredar la ropa, los libros, los juguetes, porque lo que se comparte, tiene otro gusto.
Mi mamá me hizo feminista sin saberlo. Y con ello, me dio la vida, la alegría y la rebeldía que mi abuela y sus tías le dieron a ella. (O)
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