Este 24 de Mayo se conmemoran 200 años de la Batalla de Pichincha. Librada en las laderas del volcán del mismo nombre, marcó la independencia y soberanía de Ecuador.
Eso debe llevarnos a rebobinar nuestras mentes para, a más de recordar a los héroes que ofrendaron sus vidas por darnos la libertad, preguntarnos si a lo largo de estos 200 años hemos honrado su sacrificio.
Haber inmortalizado a nuestros héroes en monumentos, colocarles hoy ofrendas florales, releer la historia, pronunciar discursos, a lo mejor cantar el Himno Nacional, no estará completo si, con “golpes en el pecho”, no reflexionamos sobre el Ecuador del siglo XXI.
Han sido constantes las vicisitudes de la patria. Hemos sacado experiencias, aun de las más difíciles y cruentas. Nos hemos levantado, así sea con renunciamientos, de tantos avatares.
La conmemoración deber hacernos pensar en el Ecuador de hoy, no como esa línea imaginaria, sino como país de oportunidades, merecedores de gobiernos decentes, decorosos, transparentes y con un altísimo compromiso social.
Es la ocasión para sacudirnos como sociedad a fin de no dejarnos vencer por los corruptos, por el resentimiento social, consecuencia, eso sí, de injusticias, hasta raciales. Para, pese a las diferencias de conceptos e ideologías, perfilar un país, donde la educación de calidad, la salud, el bienestar social, sean prioridades de todo gobierno.
Nos hace falta bastante autoestima. Nos guste o no aceptar el país está dividido por acciones y actores individualistas, las de grupúsculos cuyo objetivo no es el bien común; por intereses corporativos; por el facilismo; por ese esperar todo del Estado; por el regionalismo, por visiones hegemonistas y hasta totalitarias.
Los países, grandes o pequeños territorialmente, surgen si tienen un proyecto planificado, consensuado si es posible, siempre y cuando sea para largo plazo.
La conmemoración bien puede ponernos a trabajar en esa meta. Ya no de “Ecuador contra Ecuador”.