Estamos en el hoyo. Olvidamos la salida. Todos culpamos a todos. Nadie tiene la culpa. Nos lamentamos desde el rincón donde nuestra inseguridad cree tener futuro y donde el fantasma del ayer sigue matando las semillas de un posible futuro creador. Todos son los culpables, menos nosotros. Así venimos desde hace cuatro años: endilgando culpas, evitando responsabilidades, alimentando inconciencias, y sin perder ese optimismo malsano ‘de que en verdad nada pasa, de que algo parecido siempre hubo y que al final estaremos bien’. Aún recordamos que al final del túnel había luz y aún contamos con ella. Somos un Ecuador de edición reservada, de males parecidos, de soluciones diferidas, de conciencia adormecida y de inconsciencia colectiva.
Compatriotas, por aquello de que nacimos en una misma Patria, no pequemos de hipócritas. Mirémonos al espejo. ¿Somos capaces de sonrojarnos? ¿Hay sangre en nuestros rostros? ¿Nos queda un ápice de vergüenza? Debido a una incapacidad ancestral de razonamiento nos dejamos conducir por emociones de variado género desde aquellas carentes de análisis suficiente para engendrar soluciones hasta aquellas que jamás rebasan el nivel de pasiones proclives a la desesperación.
En este medio de congoja colectiva, de irresponsabilidad severa, de abulia cívica y de grosero secuestro de nuestras libertades, pregunto: ¿es dable, justo, oportuno y necesario enarbolar el Tricolor nacional, cantar nuestro Himno y celebrar el segundo centenario de nuestra libertad?
Estos renglones, compatriotas, aspiran una vez más, a poner puntos en las íes que correspondan; a detenernos por un momento y mirar hacia nuestro interior y al interior de quienes nos rodean para condenar la malsana abulia que nos corrompe y lacera, el abandono irresponsable de nuestros deberes junto al miedo convertido en compañero de ruta.
Celebrar un centenario más de nuestras libertades cuando la libertad ha sido secuestrada; cuando la justicia está en manos indeseadas; cuando la Asamblea no pasa de ser un conglomerado de oportunistas, y también, por qué no decirlo, cuando el Gobierno nacional no encuentra el camino para sacarnos del atolladero descrito y encontrar motivaciones y acciones que nos lleven a rescatar un poco de dignidad que debe aún estar escondida en nuestro ser íntimo.
Basta de celebraciones improcedentes. Basta de fiestas irresponsables. Ecuador pide que lo salvemos. Está al borde del despeñadero: ¿podemos salvarlo? (O)