Jerusalén (EFE).- Como un meteoro fugaz, la Guerra de los Seis Días impactó en el tablero geopolítico de Oriente Medio en 1967, pero su sangrienta estela de 55 años de ocupación y conflicto entre israelíes y palestinos seguirá eternizándose hasta que se zanjen las fronteras definitivas entre ambos pueblos, según analistas.
Entre el 5 y el 10 de junio de 1967, Israel derrotó categórica y simultáneamente a sus enemigos árabes: a Egipto le arrebató la Península del Sinaí y la Franja de Gaza tras destrozar sus fuerzas aéreas sin que pudieran despegar siquiera; Siria quedó despojada de los Altos del Golán con un inesperado ataque nocturno, y a Jordania le amputó Cisjordania y Jerusalén Este.
Un nocaut para el panarabismo de la época y el inicio, para los palestinos, “de una tragedia, un sufrimiento que continua hasta hoy”, asegura para Efe Ghassan Khatib, investigador y político palestino que participó de las fallidas negociaciones de paz en los años noventa.
Acorralada tras la guerra, de la causa palestina germinaron facciones extremistas que iniciaron atentados; mientras que el lado israelí, empoderado por la ocupación de Jerusalén -la gema de Tierra Santa-, dio rienda suelta al sionismo religioso y a la colonización de territorio palestino.
Desde entonces, fluctúa el crescendo de violencia en el conflicto israelí-palestino sin que los protagonistas ni la comunidad internacional hayan podido encontrar una solución.
“Desde 1967 estamos viviendo el séptimo día de esa guerra”, resume Michael Milstein, jefe del Foro de Estudios Palestinos del centro de investigación israelí Moshe Dayan.
LIMBO
Aunque Israel tomó el control de los territorios palestinos, nunca llegó a anexionarlos -excepto Jerusalén este-. Si lo hiciera, perdería su mayoría poblacional judía, un jaque mate existencial para su Estado.
Si se retira de Cisjordania ocupada y permite la emergencia del Estado Palestino, podría enfrentar un serio problema de seguridad, como le ocurrió al entregar Gaza, gobernada desde hace 15 años por la organización islamista Hamás.
Así, Israel se ha decantado por una política de ocupación militar que promueve los asentamiento de colonos judíos en territorios palestinos, creando un terreno perennemente fértil para tensiones y violencia.
“Vivimos en un limbo desde hace 55 años que no puede traer bienestar” duradero para ninguna de las partes, subraya Milstein.
Entre tanto, los palestinos “no pueden viajar libremente, transitar de un lado a otro, construir casas, hacer proyectos económicos o elegir un gobierno”, deplora Khatib, quien asegura que la sociedad palestina tiende a la “radicalización” al ver sus perspectivas cada vez más limitadas.
REDUCIR EL CONFLICTO
Sin lograr solucionar el conflicto, el primer ministro israelí, el ultranacionalista Naftali Benet, ha propuesto “reducirlo”. Exlíder colono y empresario, Benet busca evadir dilemas políticos y religiosos insolubles para concentrarse en potenciales vínculos económicos con los palestinos, hundidos en una crisis financiera.
Aunque esto traería mayor movilidad y oportunidades a los palestinos, muchos ven inviable conseguir estabilidad económica bajo un régimen que no puede garantizar la paz.
La idea de que palestinos e israelíes vivan en sinergia y sin fronteras “es una ilusión que puede explotar en un segundo”, advierte Milstein, quien considera que Israel está en “camino a una situación -no una solución- de un solo Estado” que podría convertirse en “la peor pesadilla para los israelíes” y en “el fin de un Estado judío democrático”.
Para el experto, ambos bandos “se matarían mutuamente todos los días”, sobre todo ante la emergencia de grupos racistas y supremacistas de extrema derecha en Israel, como La Familia o Lehava, y la existencia de la yihad islámica palestina.
Khatib coincide en que “no hay manera de alcanzar estabilidad, seguridad y paz sin dar a los palestinos los mismos derechos que los israelís se dan a sí mismos”, y criticó que los intereses económicos de Israel consistan en “robar el agua y las tierras” palestinas, así como convertir a sus habitantes en mano de obra barata para las empresas israelíes.
FRONTERAS CLARAS
Para Khatib no hay más solución que la de dos Estados; pero según Milstein, un remedio más factible a corto plazo no se concentra en la creación de uno o dos Estados, sino en la clara delimitación de fronteras.
“Quizá, la entidad (palestina) que esté del otro lado de la frontera no sea un Estado, puede ser una región autónoma. Se trata de tener fronteras claras entre los dos estados”, explica.
Sin embargo, cualquiera de estas alternativas parece lejana. Estados Unidos, histórico mediador del conflicto, está cada vez menos implicado, e incluso el mundo árabe tiene otras prioridades: algunos países como Emiratos Árabes Unidos o Marruecos están estableciendo relaciones con Israel sin supeditarlo a la cuestión palestina.
“Ahora solo quedamos nosotros, israelíes y palestinos”, sostiene Milstein, quien se dice “pesimista” sobre una pronta resolución del conflicto.
El propio gobierno israelí, sumergido en una crisis tras perder la mayoría en el Parlamento, “solo está pensando en sobrevivir (…) y nadie está ideando una estrategia profunda sobre el futuro de israelíes y palestinos”, lamenta.
“Pero no tenemos prisa. Quizá pasen otros 55 años o 100, pero mientras los palestinos resistan, generación tras generación, rechazando la ocupación y quedándose en su tierra, tarde o temprano los objetivos de la ocupación fracasarán”, apunta, por su parte, Khatib.
En Cisjordania ocupada, incluyendo Jerusalén este, viven unos 3,2 millones de palestinos y se estima que ya están instalados unos 630.000 colonos judíos.EFE