La Cumbre de las Américas apunta al “futuro sostenible”; un desafío de transición ecológica muy dispar que compromete, por un lado, a Estados Unidos, como segundo emisor mundial de carbono; y, por otro, a Latinoamérica, una de las regiones más impactadas por la crisis climática y que no logra frenar la deforestación de sus bosques.
En un mundo postpandemia que apuntaba a cambiar paradigmas, las emisiones de gases de efecto invernadero están casi en los mismos niveles que antes de 2019, de acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Y es que, pese a los compromisos de mitigación adoptados por varios países americanos, el impacto de las políticas aplicadas hasta la fecha aún está lejos de ser suficiente.
Esfuerzos
Estudios independientes citados por el PNUMA sugieren, por ejemplo, que Estados Unidos y Canadá deberían realizar considerables esfuerzos adicionales para cumplir sus metas, e incluso prevén que países como Brasil y México, las dos mayores economías de Latinoamérica y principales responsables de las emisiones en la región, registren en 2030 valores superiores a 2010, igual que Argentina. Mientras el empeño del hemisferio norte debe centrarse en la sustitución de combustibles fósiles por energías renovables, en el sur urge frenar la deforestación.
En la Amazonía, el pulmón verde del planeta y la principal herramienta de mitigación de la crisis climática, la deforestación sigue batiendo récords. Así lo muestran los datos del Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP), que a través de imágenes satelitales estimó que la Amazonía perdió 2,3 millones de hectáreas en 2020, el tercer peor registro de los últimos 20 años, y en 2021 también rondó las 2 millones de hectáreas.
Las principales causas obedecen a la expansión agrícola y las plantaciones forestales, pero, el acaparamiento de tierras y las actividades ilegales y extractivas, también juegan un rol esencial, en particular la minería. Por lo tanto, urge apostar por acciones concretas que asignen valor financiero al bosque y reviertan la baja rentabilidad de los productores para evitar que la sigan “compensando” con la expansión hacia nuevas áreas. Es decir, hay una necesidad de “equilibrar el comercio internacional” y recordar que apenas el 10 % del valor final de los productos llega al productor.
Desde 2002, la Amazonía ha perdido más de 27 millones de hectáreas de bosque primario por deforestación, casi el tamaño de Ecuador, sin contar unos 6,7 millones de hectáreas por incendios, de acuerdo a la estimación del MAAP.
Precisamente esos incendios generaron una alarma mundial sin precedentes en 2019, pero ya sin los ojos del mundo puestos en ella siguió ardiendo en silencio a niveles incluso más altos aún en 2020 y en 2021 (436.000 hectáreas), amenazando a los territorios indígenas, según lo dieron a conocer las
Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), que agrupa a 511 pueblos originarios de los nueve países que comparten la Amazonía.
Energías limpias
Esta reducción del bosque tropical más grande del mundo no solo va contra el objetivo de frenar el calentamiento global, sino que afecta al ecosistema de la mayor reserva de agua dulce del planeta, una zona que puede convertirse en la principal fuente mundial de hidrógeno, el combustible que apunta a sustituir al petróleo y el gas.
Desde el año pasado, la Comisión Económica de América Latina y el Caribe (CEPAL) lanzó la plataforma H2LAC para fomentar proyectos de hidrógeno verde; sin embargo, para el líder de la COICA, Gregorio Díaz Mirabal, las intenciones de los Gobiernos de apostar por las energías limpias chocan con los hechos y puso como ejemplo a Ecuador, donde el Ejecutivo se ha fijado doblar la producción del petrolera del país para 2025 y alcanzar así el millón de barriles de crudo diarios.
Participación
Para el venezolano de la etnia wakuenai kurripaco, otra muestra más de la falta de acción por parte de los Gobiernos es el reciente Acuerdo de Escazú, un documento que garantiza los derechos de los defensores ambientales, que muchos países han tenido dudas en firmar o ratificar, entre ellos Perú, donde en los últimos años se han recrudecido los asesinatos a indígenas y defensores del medioambiente.
Por otro lado están los jóvenes que, aunque comprenden muy bien que sin estabilidad climática, tampoco puede haber estabilidad política y que también desde la política hay que trabajar para lo primero, la juventud no es suficientemente considerada aún como una fuerza importante, pese a su gran importancia para el recambio generacional (EFE).