De años ha estuve tentado a dejar de hablar temas de política, más si son del criollismo cuyos líderes hacen de saltimbanquis en los feriados electorales o cuando se engoman en el poder, donde pierden todo pudor para concurrir a pactos inmorales e ilegales, tácitos o implícitos y así coger el mango de la sartén donde bulle una masa cretinizada. Es imposible el propósito, cuando se advierte que el país se desintegra en pedazos, y evitarlo es responsabilidad de todos.
Los científicos señalan que la inteligencia se desarrolla hasta los 15 años para comenzar el declive a partir de los 30; no obstante, se la puede mantener en niveles óptimos haciéndola funcionar permanentemente. La evolución darwiniana convencía que la inteligencia iba in crescendo en la población y recientemente el investigador y escritor neozelandés James Robert Flynn, muerto a finales del 2020, engatusó a la academia que ella aumenta año tras año. Soy escéptico a esta teoría, porque al menos en el reino de la política va a la inversa.
Estoy entre los defensores de la democracia constitucionalista, pero también en el dinamismo de la sociedad y su evolución. Es decir, un gobierno democrático no debe permitir la omnipotencia de la mayoría menos de la minoría acosadora, sino más bien prohibiendo su entrada en el “coto vedado” de derechos fundamentales sancionados por la Constitución. Creo en una Constitución sincrónica y diacrónica como se da en el lenguaje.
Efectivamente, la Constitución es un sistema, un conjunto de elementos solidarios que, si no hay un concierto entre sus elementos, no hay orden de normas y procedimientos que regulen el funcionamiento de la colectividad. La carta Magna es un todo organizado, organismo al que se lo debe considerar como un todo; por eso, no se puede entender los títulos, capítulos y artículos de manera aislada.
La Constitución, como el lenguaje, debe ser examinado desde la dicotomía sincronismo-dicromismo. Del punto de vista sincrónico, es decir, de manera estática o en el momento. Desde el enfoque diacrónico, examínese en la evolución del tiempo y las circunstancias. El sincronismo sólo servirá para un tiempo determinado: lo que ayer fue bueno, hoy es malo y viceversa. De ahí la necesidad de la diacronía Constitucional.
Estas brevísimas consideraciones para cuestionar la cosmovisión metamorfoseada del presidente Guillermo Lasso, quien ahora defiende a la actual Constitución a la que dice que no es necesario reemplazarla ni siquiera reformarla, menos pedir opinión al pueblo. (O)