Dos años de trabajo intenso de recopilación y búsqueda, husmeando viejas bibliotecas donde antiguos libros volvían a respirar con su olor de vida y abandono al ser abiertos, así fuese por momentos mientras trascribíamos penas, existencia, alma del que escribió renglones de poesía frente a un paisaje de soledad y olvido. La idea es de magnitudes importantes. Debía descubrir y recopilar toda la lírica escrita por médicos azuayos, desde el primero en los lejanos 1840. Ninguna otra clase profesional tiene tanta abundancia de estro y poesía, seguramente por ser la más humana y que enfrenta la muerte en momentos descarnados y fatales. Día tras otro continuaría mi labor y la de dos secretarias por dos años. Entonces tenía frente a mi doce volúmenes grandes del acervo poético médico. Golpee puertas: instituciones, laboratorios para financiar la publicación y todos se quejaban de lo extenso, aconsejándome hacer una edición digital. No. No es lo mismo acariciar un libro como se acaricia la mujer amada, que leerlo en una fría pantalla y me negué rotundamente. No y no. Tienen que vivir los versos en papel fragante. Entonces llegó el amigo generoso y culto que en estos días trascendió al cielo. Julio Ugalde Jerves, un señor. Nos unía el cariño al campo y los caballos y al enterarse de mi desasosiego al no poder publicar mi trabajo, llegó con su regalo. Ley existía que empresas podían donar buena parte de sus impuestos a entidades universitarias o culturales y entonces se volvió posible, pues el alto costo de la edición se cubriría con la donación de Julio y sus empresas a las Universidades de Cuenca y la del Azuay, que serían las patrocinadoras de la obra. Entró en imprenta. Sacamos los primeros machotes para las correcciones y entonces apareció la mano fatídica de Correa que eliminó esa ley para que todos los impuestos llegasen a sus rapiñas y entonces todo durmió por más de diez años. Pero la gratitud para mi amigo Julio Ugalde J estará presente mientras yo respire. Hoy se vislumbra un nuevo horizonte. Otro amigo que se encuentra empeñado en elevar la cultura desde el rectorado de la Universidad Católica, Enrique Pozo Cabrera, toma la posta junto con su equipo de colaboradores y publicará esta, que, para mí, es monumental obra “lírica médica cuencana” Estamos en las puertas del horno que fraguará la letra en inmortales hojas. El tableteo de la imprenta empieza a escucharse. Los espíritus de muchos médicos poetas olvidados, se despiertan ilusionados y mi gratitud, ese bello sentimiento se acrecienta y grita Gracias mis amigos, Julio y ahora Enrique. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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