Todavía recodamos cómo en los años setenta, y durante unas tres décadas, hubo una especie de moda, especialmente en Latinoamérica y menos en Norteamérica y Europa, que difundía las ideas del marxismo sobre todo en la juventud.
Los jóvenes, sugestionados por el discurso marxista, con un noble espíritu solidario con las clases pobres, demostraban rechazo a cuanto se identificaba con las generaciones de sus antepasados. Cambiaron las formas de vestir, de presentarse y de actuar. Rechazaron la formalidad en el vestido y usaban trajes viejos o ropas campesinas, descuidaron, intencionalmente su aseo, llevaban cabellos largos y sucios y pretendían ser los profetas de un nuevo orden social en el mundo. Muchos jóvenes optaron por la violencia armada y surgieron grupos terroristas y guerrilleros que protagonizaron hechos tremendos y vergonzosos de crímenes y latrocinio.
Poco a poco la juventud fue cambiando, con el paso de los años y con la aparición de nuevas modas, de tendencias distintas a las de antes y, frente a la desesperación de quienes antes eran “revolucionarios”, terroristas o simplemente “izquierdistas”, fueron olvidando las camisetas del “Ché Guevara”, los posters de Mao Tse Tung, y la revolución castrista.
Tomaron un gusto especial por volver a vestir bien, con ropas nuevas, generalmente de moda “estadounidense” y también europea. Olvidaron la música protesta y empezaron a amar el rock, la metálica, la electrónica y el reggaetón. Sus cantantes más admirados fueron los de moda en Estados Unidos. Volvieron a presentarse aseados y muy “a la moda”. En eso surgió con fuerza la revolución tecnológica y la juventud se convirtió en apasionada de la informática, de la cibernética y corrientes similares.
Entonces llegamos a la generación de los “milenials” y finalmente a la “generación Z” o nativos digitales, los que nacieron con el smartphone bajo el brazo, jóvenes que ni siquiera han oído de Marx, de Mao, del Che, etc. Les gusta vivir tranquilamente, disfrutando su tiempo y las comodidades que puedan tener de acuerdo a la situación familiar. No son ni mejores ni peores que los jóvenes del pasado. Son diferentes, simplemente. (O)