Ya. Cumplamos con eso. Hagámoslo. ¿Y después qué?
Cumplidores de la lucha social como somos, cumplimos las consignas que se maquillan en los diez, doce, catorce y veinte puntos, pueden ser veinte y tres también; así y de una vez, cumplimos con los gritos y carteles, y pum, hacemos que se caiga el Gobierno con el “fuera Lasso” y entonces cumplimos. Se va Guillermo Lasso, tenemos vivas y gritos. Ya, ¿y después qué?
Las salidas constitucionales para el anhelado fin, algunas: juicio político, muerte cruzada, revocatoria del mandato o renuncia. Las salidas ilegales y apasionadas: la rebelión o el golpe de Estado. Insisto ¿y después qué?
Está claro. La protesta multiplicada y contagiada de ira, histórica reivindicación, violencia y también delincuencia, no está precisamente cuidando y tutelando a los que dice hacerlo: los más pobres y vulnerables. Veamos. El pequeño agricultor -no el que tiene tractorcitos ni vehículos de alta gama- está impedido de sacar sus productos a la cadena de comercialización; las madres en situación de vulnerabilidad no pueden llevar a sus niños a los centros de alimentación pública porque simplemente hay desabastecimiento y no se puede alimentar a sus niños; las abacerías de barrio ya no consiguen todos los productos para atender y otros han debido cerrar por seguridad; los choferes, ayudantes y conductores de buses o taxis han tenido que parar sus servicios por precaución y han perdido pasajeros que no van a clases o a laborar. Entonces ¿a quiénes protege el Paro?
Quienes se ganan el día a día con un empleo o subempleo, tienen dificultades para llegar a sus lugares de trabajo, muchos simplemente no han podido asistir. Estudiantes que tienen a dos o tres hermanos en casa y una sola computadora hoy vuelven a clases virtuales en un reducido espacio físico de distancias y diferencias sociales. Y el país convulsionado, en crisis, sin movimiento o dinámica propia de lo que decimos es un bello país para el turismo. ¿Qué turismo?
Entonces mañana cae el Gobierno, se va Lasso ¿Y después qué? (O)