“Homo homini lupus”, el hombre es el lobo del hombre nos dice el Leviatán. El hombre como enemigo natural del hombre; como la feroz criatura capaz de las peores atrocidades contra su propia especie. Allí, en esta visión apocalíptica que Thomas Hobbes nos dejaba en el siglo XVII, se anida la razón de las guerras, la esclavitud, los exterminios y aún del machismo, la homofobia o la xenofobia, que son las guerras que llevamos por dentro.
“El hombre es el lobo del hombre” piensa Martín, un sencillo obrero de clase popular, mientras camina por esta ciudad ajena y aletargada que anuncia ya la tempestad de una larga crisis. El hombre es el depredador del hombre piensa ante los hospitales vacíos de suministros, en cuyas entrañas los médicos luchan por espantar la muerte en medio de la carencia; ante los estantes, antes repletos por la abundancia de nuestro suelo, ahora vacíos por la imposibilidad de abastecer de alimentos a las ciudades.
El hombre es el opresor del hombre piensa, mientras mira a las redes sociales poblarse de insultos y destilar el odio más visceral. Donde reaparece el “indio” como un despectivo epíteto que trae al presente el atávico complejo de inferioridad heredado de la Colonia; donde el clasismo social, ese viejo símbolo del atraso, reaparece para dividirnos y enfermarnos.
Y allí están también, otro día más, las llantas ardiendo. El pueblo movilizado en su derecho a ser y tener. Y Martín los comprende. Si, ellos también tienen algo que decir. Este pueblo que, olvidado por siglos, arteramente utilizado por el populismo y ahora, de plano, excluido por este gobierno que surgió de las élites económicas y a ellas sirve, no encuentra otro camino que la lucha popular y es, entonces, vilmente utilizado por los dirigentes de que se turnan las llaves del reino.
¿Y ahora, se pregunta Martín, que sucederá en este juego de vanidades? ¿Qué hacer mientras gobernantes y dirigentes utilizan el dialogo como coartada para perseguir su propia agenda? ¿Hundirnos en la anarquía mientras asistimos a este teatro de máscaras? Que siga entonces la función, piensa Martín desolado, que siga hasta la muerte… (O)