¿Qué lecciones deja la crisis en Ecuador? ¿Cuáles son los elementos que desembocaron en tremenda reacción en las calles? ¿Los gobernantes tienen sintonía con las necesidades de sus gobernados? ¿Quién responde por los muertos y heridos en la escena de la movilización popular? Los recientes acontecimientos -de cariz beligerante- concitan en el conjunto del país una deliberación madura, que sea más que una simplona declaración intestinal a favor o en contra de marchas y manifestaciones. Cabe mantener la cabeza lúcida para interpretar los hechos, entender las circunstancias dadas, y exponer con absoluta claridad alternativas de solución a las demandas discutidas y aún no resueltas. No se puede acceder al diálogo únicamente con quien yo quiero, sino con quien corresponde hacerlo en la coyuntura, lejos de apego o antipatía personal.
Es indudable que el desencadenante de la protesta es consecuencia de una problemática estructural, cuya raíz es la pobreza. No obstante, persiste la desatención estatal, agravada por el descuido y miopía en la ejecución de políticas públicas para los que menos tienen. Lo que emerge es una voz plural -invisibilizada en la agenda mediática- que exige respuestas pragmáticas frente a un discurso trillado y desgastado de los politicastros de turno, sobre la equidad social. ¿Queremos paz? Pues, la armonía colectiva sólo se afianza cuando va de la mano con la justicia social en democracia. Nunca, cuando desde la oficialidad se hace uso de tanquetas y bombas lacrimógenas para reprimir al pueblo o se aúpa una retórica hacendataria de tinte xenofóbico. Antes que endilgar a posibles “instigadores” del paro, lo coherente es analizar concienzudamente las aristas que viabilicen el financiamiento y trasladen territorialmente programas y proyectos de mediano y largo aliento.
La tarea pendiente no se circunscribe al precio de la gasolina, obra de cemento, recursos para educación y salud, o apoyo crediticio en la ruralidad, sino que se expande a la valoración del ser ecuatoriano. En la jornada de resistencia indígena afloró el racismo solapado. Aunque se diga que ya no existe o que se ha superado, bien sabemos que la discriminación está anquilosada en ciertas capas mestizas (sumado el clasismo), lo cual, fue demostrado en plantones y frases peyorativas. Tal fractura étnica no es de ahora, por lo que hay que insistir en la cimentación tolerante de la interculturalidad. (O)