La suspensión del “call center”, mediante el cual los afiliados al IESS agendan sus citas médicas, originó una avalancha de críticas al Seguro Social. Ya restablecido este servicio, volvió la calma.
Pero el “incidente” es apenas un punto más del mapa crítico del referido Instituto.
Las organizaciones sociales, protagonistas del paro violento, lograron sentar al Gobierno para buscar soluciones a su agenda de diez puntos. Y en eso están. Una de las demandas ya está resuelta: beneficios en la banca pública y privada.
¿Y los problemas estructurales del IESS? Excepto a alguna organización de afiliados y expertos conocedores de su realidad, su dramática situación parece a nadie importar o importar poco.
Sus problemas nunca han sido objeto de “mesas técnicas” o algo por el estilo para sentarse y, con información actuarial, técnica, financiera y decisión política, diseñar un proceso encaminado a poner fin a décadas de suplicios, falencias, permanente iliquidez, excesiva burocracia, malos servicios, sobre todo en materia de salud, manoseo político y corrupción.
Desde el propio IESS tampoco salen propuestas en firme y viables con aquel mismo objetivo. Y es por aquellos motivos. En el actual Gobierno han desfilado varios directores generales en poco menos de un año.
Ninguno, como sus antecesores de regímenes anteriores, ha sido capaz de aglutinar fuerzas, iniciativas y proyectos pensando en el corto, mediano y largo plazo. El Directorio como tal tampoco está a la altura de los retos. Se limita a repetir el coro de siempre: cobrar la abultada deuda al Estado.
Parte de los problemas del IESS no necesariamente pasan por cobrar esa deuda. Sin son estructurales merecen soluciones terminantes; pero nadie parece entenderlo así.
Pocos hablan de reformas profundas a la Ley del Seguro Social. Meses atrás se difundió la idea de incrementar el porcentaje de los aportes y la edad para jubilarse. Cundieron las objeciones. Esto confirma la teoría: el país no debate los grandes problemas nacionales.