¿Se puede conocer el infinito? Pues bien. Imagine un número, gigantesco, el más grande que pueda concebir. Y luego súmele uno, siempre uno más. ¡Eso es! Allí está el infinito. Y es la aritmética la que ha logrado describirlo. Tome después un libro ancestral, el “El Kybalión” por ejemplo, y revise sus postulados: correspondencia, vibración, polaridad, ritmo ¿No son acaso los mismos principios que van siendo demostrados por la física cuántica, el código genético, la electromagnética o aún la música y el arte? Pues sí. Es la ciencia la que descorre el velo de lo fantástico y revela a nuestros ojos la causa y el origen primordial.
Y uno se pregunta ¿Cuándo terminará el hombre de enfrentar los dioses y demonios de su ignorancia para recuperar el asombro por el cosmos y la naturaleza sin necesidad de intermediarios? ¿Cuántas mentes maravillosas se han perdido en los laberintos del fanatismo? ¿Cuántos genios se han inhibido a la puerta de un confesionario? Porque, como le gusta decir a Dawkins, podemos mirar un jardín y asombrarnos de sus maravillas, sin necesariamente creer que hay hadas y duendes dentro. Que es lo mismo que decir: ¡Mira! Allí está la maravilla del cosmos expresada por el potencial del pensamiento, allí, ante nuestros ojos se despliega la química, la física, la arquitectura, la economía, el arte, el milagro de lo humano en su innumerable diversidad. Allí están los libros prohibidos, el regreso a la vigilia de la mano de Eco, el colorido innumerable de García Márquez, el trazo telúrico de Guayasamin, el corazón infinito de Neruda.
Y alguien preguntará ¿Por qué hemos de hacerlo? ¿Acaso todas reflexiones aportan alguna rentabilidad? Pues lamento decir que no, lejos de eso, trastocará las prioridades y robará las horas de la productividad para dedicarlas a contemplar el firmamento o perderse, con un nudo en la garganta, por los laberintos de la poesía. Pero hemos de hacerlo igual, porque somos parte de la especie humana. Porque en nuestra sangre habitan los genios del pasado. Porque estamos hechos con el mismo material del cosmos. Porque, como le gustaba decir a Carl Sagan, somos polvo de estrellas… (O)