Las mujeres de la comunidad kichwa de Sarayaku, en el corazón de la selva amazónica de Ecuador, pintan en sus rostros figuras para las fiestas y para las guerras con wituk y achiote, dos frutos cuyos tintes toman para evocar la belleza y la bravura de las amazonas.
Y es esa condición la que ha permitido a la comunidad indígena de Sarayaku, llamado también el Pueblo del Medio Día, resistir hasta ahora la avalancha de la industria extractivista (petróleo y minería) que amenaza la vida en la selva, según han denunciado sus autoridades.
Para los habitantes de Sarayaku, la selva es la vida misma y sin ella se extingue la existencia, por ello están resueltas a defender a su Madre Tierra con todas las fuerzas de los espíritus de la naturaleza y de las creencias.
Ellas pintan sus rostros como les fue legado por dos mujeres que, por el mal del amor, se convirtieron en los árboles del wituk y del achiote, según relata a Efe Maricela Gualinga, vicepresidenta del pueblo kichwa de Sarayaku.
LA LEYENDA DEL WITUK Y DEL ACHIOTE
La leyenda cuenta que dos hermosas hermanas decidieron transformarse en elementos de la naturaleza cuando sufrieron sendas decepciones amorosas.
Para dejar un mundo mejor, una de ellas quiso primero transformarse en una montaña, pero su hermana la persuadió de no hacerlo porque podría ser considerada por los humanos como un gran obstáculo.
Por eso se convirtió en el wituk, un árbol sagrado de cuyo fruto se extrae un tinte oscuro, azul profundo, para embellecer el rostro y el cabello.
Su hermana, en cambio, se convirtió en achiote, un árbol de cuyo fruto se obtiene un tinte anaranjado, casi rojizo, que combina a la perfección con el wituk.
SOLO HOMBRES TREPAN AL WITUK
Todos pueden usar estas plantas para pintarse los rostros y resaltar la belleza, pero solo los hombres pueden trepar a los árboles de wituk para obtener sus frutos, pues es una planta muy complicada.
Maricela Gualinga aprendió desde muy pequeña el arte de la pintura, pues veía como sus mayores lo hacían y ya, a los 8 años de edad, ella misma delineaba las figuras.
Ahora pinta a otras personas con las figuras de la selva e incluso no duda al señalar que los turistas se fascinan con esta técnica que, además de ancestral, es sagrada.
Por eso, hay unos delineados más finos para las fiestas y son más gruesos para cuando la comunidad tiene que movilizarse para repeler el intento de las petroleras que quieren instalar sus campamentos en sus territorios.
Para las batallas, las figuras reflejan el malestar y cubren casi todo el rostro, mientras que para las fiestas son líneas finísimas, auténticas obras de arte cuya meticulosidad y delicadeza permite observar los rasgos de la tez.
MAQUILLAJE SAGRADO INSPIRADO EN LA SELVA
«Nos inspiramos en los animales de la selva porque tienen muchos significados» y, por ejemplo, se delinea una tortuga cuando el temperamento de una persona es «más paciente, no es apresurada», cuenta Gualinga.
Maricela acepta que hubo un tiempo en que los jóvenes tenían vergüenza de exhibir sus rostros pintados fuera de la comunidad, pero remarca que ahora este arte se ha extendido y que, sobre todo, la juventud la promueve porque es parte de la identidad cultural de su pueblo.
También critica que hay espacios en los que se ha «folclorizado» esta costumbre, pero dice que su comunidad comprende que son efectos de la globalización que masifica la difusión de este tipo de rituales.
Ella es feliz de pertenecer a su comunidad, porque ser «Sarayaku es mi vida, no hay otra cosa más» y si se permite que las compañías extractivas dañen la selva, entonces no habrá futuro: por eso «hay que luchar», apostilla. EFE