“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”, Proverbios 4:23
Estimados lectores, quiero compartirles una experiencia vivida que me ha hecho reflexionar sobre esas profundas y marcadas diferencias entre la ciudad y el campo, entre el rico y el pobre, entre el ser humano que vive y aquel que solo acciona como un robot. En una mansión impresionante de una familia adinerada en algún territorio azuayo -tras una larga jornada de trabajo- recibí una media taza de café y una galleta; mientras que, en una comunidad tan distante como pequeña, el calor de su gente y su hospitalidad me hicieron sentir como si estuviese en casa.
En esos braseros de leña ubicados en cuartos largos, obscuros y con piso de tierra se cocinó el mejor caldo de borrego y el tradicional cuy con papas acompañado de ají y mote. Con las incomodidades evidentes, la comunidad demostró destrezas de organización con don de servicio convirtiéndose en los mejores anfitriones del lugar.
Tras describirles mi experiencia, les invitó a reflexionar ¿quién verdaderamente es rico y quién es el que emana pobreza desde lo más profundo de su corazón?
Rico no es aquel que tiene dinero en grandes cantidades sino aquel que sabe agradecer todo cuanto tiene a su alcance. No se trata de enmarcar o generalizar que todos los adinerados son miserables y tacaños o que todos los “pobres” son dadivosos y amables. Creo que queda en la consciencia de cada uno de nosotros, el examinarnos a profundidad ¿Qué atesoramos en el corazón?
Acaso no es triste evidenciar tantos multimillonarios que viven en soledad, tienen tanto, pero sin nadie con quien compartir; son seres humanos que lo único que tienen es dinero y por eso, creen sentirse valiosos, pero, tristemente, cuando mueren lo hacen solos. Sería bueno hacernos una simple prueba. Cuando nos visitan en casa somos capaces de recibir y brindar lo mejor que tenemos o simplemente somos incapaces de brindar tiempo, atención, respeto y, peor aún, un café u otro alimento que a diario Dios nos bendice.
“Para no olvidar, da el que quiere, no el que tiene”. (O)