Lima (EFE).- El deporte era para Stephanie Fahmel, como para muchos, la vía de escape del estrés cotidiano; sin embargo, un día todo cambió con un esguince inoportuno que le causó un daño que siempre estaba presente. Como muchos otros latinoamericanos sufría de dolor crónico, un mal que la medicina busca revertir o atenuar.
«Ese dolor siempre estaba ahí y era parte de mi vida normal», explica Fahmel a Efe, quien recuerda que, cenando entre amigos, trabajando o, simplemente durmiendo, el dolor era constante.
Todo comenzó en 2014 y ya ni siquiera recuerda el momento exacto en que se hizo cotidiano. Inició entonces un periplo de doctores, tratamiento y medicina que le llevó a padecer más de 100 sesiones de fisioterapia.
Llegó un día en el que, el quinto doctor al que acudía, le derivó a una neuróloga, le cambiaron «totalmente el tratamiento» porque aseguraban que no era algo ya físico.
La frustración era constante y llegó a dudar de sí misma: «A mí me seguía doliendo y ya no entendía si era mi imaginación, llegué a pensar que tenía el umbral del dolor muy bajo».
«Después de varios doctores y estar varios años (con tratamiento), hasta no me gustaba hablar del tema porque parecía que estaba haciendo dramas», subraya.
Entre tanto, recuerda que, en sus peores etapas, «ni siquiera podía dormir bien».
«Tener la sábana encima me dolía, algunos zapatos sentía que me apretaban muchísimo, aunque el otro pie no me apretaba», explica.
Sufría dolor crónico, una enfermedad que se diagnostica cuando persiste más de tres meses y está siempre presente. Un mal que se estima que afecta a entre el 27 % y el 42 % de la población latinoamericana, según la Federación Latinoamericana de Asociaciones para el Estudio del Dolor (Fedelat).
Para avanzar en su conocimiento y tratamiento, en el que es fundamental abordar cada caso de manera diferente, se celebró esta semana el XIV Congreso Latinoamericano del Dolor en Lima, donde expertos de todo el continente compartieron experiencias.
En el caso de Fahmel, el tratamiento que necesitaba llegó con el séptimo médico que la trató, una doctora que operó su tobillo y, si bien el dolor no desapareció de inmediato, fue haciéndolo de manera progresiva.
«Normalizar el dolor fue lo más fuerte, uno deja de hablar de eso porque ya ni mi mamá me creía», recuerda todavía hoy, cuando los males comienzan a ser un recuerdo lejano.
LUCHAR CONTRA EL DOLOR
La doctora Ana Cristina King fue ese séptimo médico, quien le cambió la vida a Fahmel.
Para ella, «los pacientes con dolor crónico son muy especiales» porque llevan mucho tiempo con su enfermedad a la espaldas y han consultado ya con varios especialistas.
«Son pacientes difíciles porque muchas veces han perdido la confianza en lo que les dice el médico. Llevan meses, a veces años, tratando de buscar una causa para el dolor que tienen y no lo han conseguido, entonces muchas veces llegan a la consulta y pasan por la puerta ya derrotados», explica.
Por eso, la tarea comienza con la labor de ganarse su confianza: «Con Stephanie esto fue parte del asunto, llevaba cuatro años con dolor en su tobillo y, cada cosa que decía» ella respondía con un no.
Para terminar con su dolor, contó con «varios puntos de vista». Ella es ortopedista, pero «muchas veces» se ayuda de otros especialistas como médicos rehabilitadores.
Su labor es fundamental puesto que, tal y como explica, es consciente de que «una cosa que casi podrías pasara por alto en un consulta el cambia la vida al paciente».
«Podrías pasar por alto el dolor localizado y podrías pasar por alto la otra parte de su problema (…) Es muy gratificante cuando vas armando tu tratamiento y vas viendo cómo se van solucionando los problemas», concluye.
Gracias a ese tratamiento la vida de Fahmel cambió. Salió de la estadística que indica que más del 80 % de los pacientes con dolor crónico en el mundo se enfrentan a un manejo inadecuado de su enfermedad y recobrar su vida. EFE
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