COLUMNISTA

Vida artificial 

Nos encontramos en un momento histórico en el que se hace difícil, por no decir imposible, el mantenimiento de los conceptos filosóficos y de todo orden, incluidas, por supuesto, las ideologías y las religiones. El avance científico, tecnológico y por ende cultural, es de tal naturaleza que arrasa con los juicios de valor que nos sojuzgaban a la vuelta de la esquina. El pensamiento oficial se difumina bajo el arrebato de una prisa que no da opción a los contornos fijos y que por fuerza de su impulso no se detiene. El estupor y el vértigo son su espejo. El presente, es un vórtice del tiempo en el que lo imposible es término que pierde vigencia y va siendo remitido al sótano de los objetos inservibles.  

Más bien, se hace indispensable, convenir ahora, que lo único que cabe es lo imposible, porque a contramano, lo posible ya existe. Y como lo posible es objeto de drásticas mutaciones, avanzamos -si es que en realidad lo hacemos, porque no todo lo que proviene de la tecnología constituye avance per se- si avanzamos -digo- por un laberinto en el que no solo que no encontramos la salida, sino en el que el ser humano -nosotros- pierde su otrora sagrada individualidad. El imperio de la personalidad es reemplazado por un pensamiento amorfo pero uniforme a nivel social. Las respuestas no son cuestionadas -excepciones de por medio- porque provienen del “infalible” internet y de su vasto conjunto de artilugios: brazo ideológico de la globalizadora masificación.     

En esas condiciones, el hombre sólo no tiene importancia. Es más, no tiene realidad consistente. Bajo el fuego cruzado de los sobresaltos a los que estamos sometidos, su presencia está amenazada constantemente. La misma sociedad está en expansión y tiende al anonimato. El individuo concebido como tal, no pasa de ser -aunque resulte lugar común- sino un número más. Sin embargo, se hace indispensable que nos demos tiempo para reflexionar bajo el árbol de los interrogantes. Mirar en todas direcciones, es útil en cuanto nos permite observar hacia fuera y observarnos en nuestros más complejos entresijos. En esa guisa, recuperar nuestra independencia individual y sobre todo la capacidad de pensar por nosotros mismos es, ¡qué duda cabe!, la batalla crucial de estos convulsos tiempos.  (O)

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