Las romerías en la región austral, siendo una genuina forma de celebración religiosa, tienen un impacto social muy especial en la medida que logran involucrar a casi todos los actores comunales: romeriantes, familia, amigos y vecindad que, de alguna manera, participan del hecho piadoso-festivo, colaborando, despidiendo y recibiendo a la familia en el cumplimiento de su promesa a la Divinidad, santa o santo de la devoción, por un milagro recibido.
Una de las romerías australes de mayor trascendencia por el volumen de romeriantes que convoca, de manera especial de los sectores rurales, es sin duda la advocación de la Virgen del Cisne, ya sea en su santuario natural en la Basílica del Cisne en la parroquia homónima el mes de agosto o en la ciudad de Loja el ocho de septiembre, que recibe la mayor concentración de devotos del Austro y de más allá, perpetuando una tradición iniciada en la Colonia que trasciende a nuestros días, en su devenir, cambiando modalidades y conservando otras que lo hacen siempre tradicional y siempre moderna. Recuerdo desde mi infancia cuando las romerías salían en caminata y caravanas de cabalgantes; después en los automotores contratados con carrocería de madera y lata con bancas (una tabla para asiento y otra para espaldar); después los modernos autobuses interprovinciales, los expresos y el transporte particular, mejorando la comodidad y sobre todo los días o las horas de viaje.
La romería ante todo era una manifestación de Fe y celebración colectiva que agitaba a la comunidad, una familia romera era motivo de atención de toda la vecindad con visitas para despedirlos y para recibirlos con ofrecimientos, encargos y regalos, reciprocados con recuerdos y golosinas de la feria como los famosos bocadillos, dulces de tantas variadas, formas y sabores, que no importaba mucho, porque en realidad el valor estaba en ser ofertados, típica manifestación de solidaridad y reciprocidad que caracterizan las romerías rurales. (O)