La sola amenaza de un paro despierta incertidumbre, temor, y algo propio del comportamiento de los ecuatorianos –no de todos, por supuesto: especulación.
Acaso ya llegamos al extremo inaceptable: si las exigencias de ciertos colectivos no son atendidas, tal como lo plantean, pende sobre el país la espada de la protesta, y no cualquier protesta, sino imbuida de violencia y vandalismo.
No se conoce cuál será el desenlace sobre la focalización de los subsidios para la gasolina y el diésel. Tampoco el control de precios sobre determinados productos de consumo masivo, un tema -según analistas-, inaplicable, cuyos resultados, en la práctica, no serán los esperados.
Sin embargo, por ser asuntos económicos de alta complejidad, los acuerdos demoran. Son motivo de controversia, hasta ideológica, ni se diga política.
Pero para quienes exigen a rajatabla el cumplimiento de sus tesis, la salida es retomar su protesta violenta si el Gobierno no las acepta.
Y por ello, esa sola amenaza ya trae consecuencias, si bien no advertidas por los actores dispuestos a imponerse a la fuerza.
Este fin de semana, el alza de precios de casi todos los alimentos fue general. La especulación marcó la tónica. Igual el acaparamiento para la reventa.
La gente optó por abastecerse de todo. Pagó incluso los precios exigidos por especuladores y revendedores. En otras palabras, un abuso en masa.
¿La causa? El posible paro. Se vive una especie de psicosis social. Hasta se especula sobre cuántos días, cuántas semanas durará la disque protesta.
En tal contexto, el uno se convierte en el lobo del otro. Vale decir: los altos precios como consecuencia del paro de junio pasado se quedaron para siempre. Lo corroboran las amas de casa.
Si solo en esto repararan los sectores intransigentes, actuarían con más sindéresis.
Ojalá el alza del precio de los combustibles anunciada por el presidente de Colombia, Gustavo Petro, coideario de esos sectores, les permita aterrizar en la realidad.