Hace pocos días los colegios realizaron sus respectivas ceremonias de reconocimiento a los estudiantes destacados en el marco de la conmemoración del Día de la Bandera.
Los rituales y los símbolos son parte de la cotidianeidad por su capacidad de reafirmar valores o promover ideas.
Así, la reafirmación de la identidad nacional se cumple en esta ceremonia que saluda al objeto símbolo de ese sentimiento: La Bandera.
Si antes era un conjunto de telas ubicadas en un orden específico, situadas en un soporte especial, ahora es una bandera en la mano de una señorita brillante, significante de patria, de soberanía, de orgullo personal.
Vivimos en medio de símbolos que están en la sociedad para canalizar procesos de mayor complejidad a través de un discurso ambiguo pero que lo vuelve más sencillo.
Sin embargo, no todo gesto simbólico resulta comprender el contexto y la convulsión social y, por lo tanto, termina siendo vehículo de contenidos totalmente opuestos.
Este es el caso del anuncio gubernamental sobre la decisión de derrumbar el edificio de la Escuela de Policía en donde se dio la lamentable muerte de la Abogada María Belén Bernal.
Fue interpretado con rechazo y crítica justamente por ese público al que se quería complacer. Quiso ser un símbolo, pero en un contexto equivocado bajo narrativas que más bien distorsionan la intención que fue percibida como superficial, sin coherencia.
Y es que los símbolos, para que puedan ser efectivos, requieren resonar en la memoria de la gente, ser un eco del imaginario colectivo.
Dado que la indignación con prácticas empleadas por ciertos miembros de la Policía, con los administradores de la política sobre seguridad, o con las autoridades en general es enorme, los gestos gubernamentales no alcanzan.
El llamado al acuerdo debe ir acompañado de decisiones que traigan consecuencias firmes en beneficio de poblaciones que, según las alertas de organismos internacionales, están siendo víctimas de violencia de manera estructural y sostenida.
Ante el grito en las calles del “Ni una menos”, no se quieren demoliciones sino justicia, seguridad y verdad. Ningún edificio – derrumbado o construido- dará cuenta de estos valores.