Caroline Avila Nieto
En Argentina derrotaron al bicho, o al menos esa fue la impresión que me dejó al caminar en un aeropuerto con gente sin mascarilla, con el fuerte acento porteño sin los filtros de un barbijo.
Lo interesante es que, en menos de dos horas de vuelo, los chilenos se aferraban por unas horas más a la, todavía vigente, obligación de uso de mascarilla.
Esto porque la decisión gubernamental era que a partir del 1 de octubre la mascarilla iba a ser opcional a lo largo de ese delgado y querido país.
Es difícil entender qué puede cambiar entre el viernes y el sábado, sin embargo, el personal del aeropuerto seguía recordándonos que la libertad argentina se había acabado en Pudahuel.
Aterrizar en Lima fue como regresar dos años. La distancia y la doble mascarilla, si no tenías la Kn95, eran señal inconfundible que los peruanos todavía tienen COVID. El miedo me recorrió el cuerpo porque la impresión que ahora sí me podía contagiar se hizo evidente ante tanto cuidado y restricción.
Las políticas de salud son potestad de cada territorio, sin embargo, en una condición de globalización, cabe preguntarse si las inconsistencias en la regulación acaso no inciden en las frustraciones que hemos sufrido sobre la superación de la pandemia.
Si en detalles que pueden ser sencillos como el ponerse o no una mascarilla no somos capaces de leer los tiempos y ponernos de acuerdo como región, mucho menos será hacerlo con políticas comerciales, migratorias o monetarias.
Llegué a Guayaquil, la mascarilla me la pongo yo, indistinto de lo que diga Salud. En este punto tengo miedo de lo que pueda pasarme entre tanta milla acumulada y solo espero no llegar a casa con un beso, un abrazo y junto conmigo el famoso bicho…. (O)
@avilanieto