La Policía Nacional no pasa por sus mejores momentos. Nunca, o casi nunca lo estuvo, además.
En estos últimos meses ha dado duros golpes al narcotráfico. Son cientos las toneladas de droga decomisadas. Igual la captura de narcos nacionales y extranjeros.
También ha capturado a miembros de bandas delictivas dedicadas al robo, al micronarcotráfico, al secuestro, a la extorsión, al coyotazgo, entre otros delitos.
Aún así, la inseguridad se acrecienta en casi todo el país.
El asesinato de una mujer en la Escuela de Formación de la Policía, cuyo principal implicado es uno de sus oficiales, desató un vendaval de críticas contra la institución.
Muchas de esas críticas se originan en la emotividad, en la sed de justicia; también por la intromisión política, en pretender con fines electoreros aprovecharse del luto de una familia.
El propio Gobierno, anteponiendo a la serenidad la precipitación pretendió descabezar a la institución.
Rectifica al darse cuenta del error de fondo; por lo tanto, el comandante general de la Policía, Fausto Salinas, seguirá en funciones. Igual los demás mandos. Se exige mucho de la institución policial. Es lo lógico, lo natural.
Pero muchos ignoran la dura realidad. Una investigación de Ecuavisa reveló situaciones imposibles de creer.
Los patios de la entidad están llenos de vehículos obsoletos. Se incluyen las motocicletas. Las reparaciones ya no sirven de mucho. Ver a los policías empujando un automotor averiado es una escena vergonzante.
Ha caducado la mayoría de chalecos. Algunos, hace tres o cuatro años. Varios policías, con su dinero los han renovado para salvaguardar sus vidas.
Si bien el ministro del Interior, Juan Zapata, habla de la renovación del parque automotor y la adquisición de otros implementos, se ignora para cuándo. El pedido de declaración de emergencia para acelerar la compra nunca prosperó en el Ejecutivo.
Son las distintas caras de la Policía Nacional. Ignorarlas por solo hablar de sus debilidades y escándalos no es lo más justo.