Decencia política
La decencia “es el recato, la compostura y la honestidad de cada persona”. Este concepto “permite hacer referencia a la dignidad en los actos y en las palabras”.
Por consiguiente, actuar con decencia en cualquier ámbito de la vida debe ser imprescindible, irrenunciable para cualquier individuo tanto en lo público como en lo privado.
Es una exigencia ciudadana a quien, por ejemplo, actúa en política. Y los actos decentes de los políticos, aun sus silencios, generan en la gente, fe, confianza y credibilidad.
Sin embargo, con algunas excepciones, nuestros políticos han perdido o han echado de menos la práctica de tan preciado atributo.
No importa el nivel del cargo de representación popular para desempeñar sus funciones con decoro.
Igual se espera de quienes cumplen las más altas funciones en los diferentes poderes del Estado. Están llamados, incluso, a ser referentes de un efectivo ejercicio de ciudadanía.
Ese ejercicio del poder no implica tener patente de corso para actuar al margen de la ética, de abusar del cargo, de creerse intocable, de buscar acuerdos turbios en las sombras o por encima de la ley. No, de ninguna manera.
Eso es actuar con vileza, con menosprecio al país y a sus ciudadanos. Contribuye, además, a seguir enlodando el ejercicio de la política. En suma, también es un acto de corrupción.
En estos días, el país mira con asombro e indignación una reunión entre el presidente de la Corte Nacional de Justicia, un legislador socialcristiano y el titular de la Asamblea Nacional, en la casa de este último.
Descubiertos por la prensa, no atinan a justificar el “misterioso encuentro”. Si bien lo niegan, lo único cierto es el manifiesto propósito de tomarse la administración de justicia, comenzando por descabezar al Consejo de la Judicatura.
Fallaron una vez; pero ya preparan otro intento de juicio político, mientras sigilosamente se arma la terna, desde donde saldrá el nuevo presidente de ese organismo.
Aquél, ¿fue un encuentro indecente? No cabe duda.