Tratarse de cáncer embarazada, el doble reto de Cristina sin perder a su hijo Bruno

Un embarazo de por sí ya altera la vida de cualquier mujer y si además aparece un cáncer de mama, es un problema más grave, como le ocurrió a Cristina, que inicialmente creyó que tendría que abortar pero luego supo que podía hacer quimioterapia sin renunciar a su bebé, Bruno, así que asumió un doble reto: curarse y ser madre.

Cáncer y embarazo pueden parecer antagónicos, pero los avances en los tratamientos y la capacidad de la placenta para aislar al feto de la toxicidad de la quimioterapia han demostrado que sí pueden coexistir; sin embargo, no todo el mundo lo sabe.

«Lo primero que piensas es: ostras, voy a tener que perder al bebé para empezar a tratarme», reconoce en declaraciones Cristina, de 36 años y embarazada de seis meses.

Este pensamiento que le vino a la cabeza al confirmar el diagnóstico el pasado septiembre le duró poco porque los médicos enseguida le dijeron que no, que no tenía que abortar si no quería, que podía tratarse sin perder a Bruno: «Se me iluminó el cielo», recuerda emocionada.

Ya ha comenzado, a principios de octubre, las primeras sesiones de quimioterapia, sin sufrir de momento efectos secundarios y con la vista puesta ya en enero, cuando nacerá su bebé.

«El optimismo y las ganas de verlo son grandes; se me está haciendo largo (la espera hasta el parto) y ya solo pienso en el momento de estar los cuatro juntos (con su pareja, su otro hijo y Bruno) y disfrutar», destaca.

Cristina se trata en el Hospital Vall d’Hebron, que ha lanzado un programa multidisciplinar para atender e informar bien a las mujeres embarazadas que sufren un cáncer, una situación tan compleja como, afortunadamente, poco habitual, pues en este centro atienden unos ocho casos al año.

«Cada paciente es un caso complejo que requiere de una valoración de oncología, cirugía y obstetricia, porque, en contra de lo que se pueda pensar, durante el embarazo se puede operar, en cualquier momento de la gestación, y se puede hacer quimioterapia a partir del segundo trimestre (en el primero está contraindicado porque se están formando los órganos del feto)», destaca la doctora Cristina Saura, jefa de la Unidad de Cáncer de Mama de Vall d’Hebron.

Aún es poco conocido entre la población, e incluso entre los profesionales de la sanidad, que un diagnóstico de cáncer no es incompatible con un embarazo, por lo que es clave explicar bien a las pacientes todas las opciones y escenarios, para que ellas, que tienen la última palabra, puedan decidir.

En todo caso, «la interrupción del embarazo nunca es una recomendación terapéutica en cuanto al tratamiento del cáncer de mama porque el pronóstico es independiente de seguir o no con el embarazo, aunque esto no significa evidentemente que la mujer no pueda tomar esta decisión», resalta la doctora Saura.

Así, en función de la decisión que toma la mujer sobre el embarazo y del diagnóstico del tumor se elabora un plan de tratamiento u otro, tanto farmacológico como quirúrgico.

Una vez nace el bebé, en Vall d’Hebron hacen un seguimiento durante los primeros años de vida y, en los casos estudiados, no se ha detectado ninguna complicación, asegura la oncóloga.

«Sabemos que lo que impacta más no es la exposición a la quimio, sino que sean o no prematuros (algo que es generalizado en todos los recién nacidos), así que hemos aprendido que es mejor intentar que la gestante con cáncer llegue lo más cerca posible de la semana 40», destaca Saura.

Estas observaciones han llevado a reducir los partos inducidos antes del término en embarazadas con cáncer «si no es estrictamente necesario», añade.

Al nacer, los hijos de enfermas de cáncer ni siquiera presentan uno de los efectos secundarios tan característicos de la quimioterapia: vienen al mundo con pelo en la cabeza.

Así de peluda nació Lola, recuerda su madre, Sara, mientras mira cómo corretea de punta a punta del comedor con una sonrisa de oreja a oreja y sin secuelas, un año y medio después de haber estado expuesta indirectamente a 16 sesiones de quimioterapia cuando aún estaba dentro de la barriga.

Cuando le diagnosticaron el cáncer de mama en noviembre de 2020, estando embarazada de 16 semanas, Sara pensó que tendría que abortar: «En aquel momento no tenía ningún conocimiento de que se puede tratar y tengo una hija (la mayor), así que la prioridad era ella y sobrevivir yo».

Sara, de 36 años, confiesa que su peor pesadilla entonces era poder dejar a su marido, Víctor, solo con dos niñas, una que en aquel momento tenía 2 años y la otra, recién nacida.

Dos años después lo puede contar abrazada a su pequeña Lola: «Tengo la suerte de que nos está saliendo bien, he tenido un 100 % de respuesta al tratamiento, la enfermedad está controlada y mi vida puede continuar».EFE

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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