Hernán Abad Rodas
Tras el ataque al puente que une Crimea con Rusia, el presidente Vladimir Putin, ordenó un ataque masivo a varias ciudades ucranianas, dando lugar a una CONDENA MUNDIAL por tan macabro acontecimiento.
Las imágenes que llegan a través de la televisión, de las agencias de noticias y de las redes sociales son desalentadoras. Esta guerra es internacional: la sufren los que viven en las urbes asediadas, lo vive la humanidad con sus repercusiones económicas.
Hay zozobra: muchos creen que puede desencadenarse una guerra mundial. Europa la siente cada vez más cercana; Estados Unidos dice que es algo más lejano todavía.
Moscú en todo caso ha descartado que usará su arsenal nuclear, pero si sostuvo que el conflicto puede llegar a niveles descontrolados por el apoyo de Washington y Europa, a Ucrania.
Al ver las fotografías sangrientas del genocidio de nuestros hermanos ucranianos, cometido por el sanguinario déspota de Putin, que tiene uno de los ejércitos más fuertes del mundo frente a un país pequeño como Ucrania, dejé de lado el libro que me encontraba leyendo, porque mis visiones acallaban las palabras y volvían las páginas blancas para mis ojos, y luego exclamé: ¡Te escucho hermano ucraniano!
Oigo tu llamado del otro lado del mar, y siento el amargo sabor de tus lágrimas; abandoné mi habitación, y caminé por el pasto de mi jardín, el rocío de la noche mojó mis pies y los bordes de mi vestimenta, y bajo las flores de los geranios, el cielo tejió un velo de luz de luna y lo desplegó sobre el escritorio de mi aposento en el que escribo estas letras.
Los habitantes de varias ciudades de Ucrania bombardeadas por el ejército ruso se han dormido entre los escombros de sus casas destruidas, que están aún rodeadas de sauces y nogales forrados con el humo y el soplo de la muerte; los que en ellas habitaban, ya partieron para la tierra de los sueños.
Los sobrevivientes de la guerra se inclinan bajo el peso de los misiles del sátrapa de Putín y el empinado de la hierba afloja sus rodillas; el temor y las lágrimas oprimen sus ojos, y los fantasmas del miedo y la desesperación los llevan a refugiarse en los países vecinos.
Es duro admitir, que es característico del hombre ser muy sensible a los propios dolores e insensible a los sufrimientos de los demás.
Los gemidos y los lamentos de las víctimas de la cruel agresión de Rusia a Ucrania, llegan a mí como una procesión de tinieblas que no se detiene frente a mis sueños de paz, justicia y libertad; entonces digo a mi corazón: cálmate hasta que llegue el día de la paz, la libertad y la democracia, no solo para Ucrania sino para el mundo entero; pues quien luego de una oscura y lúgubre noche, aguarda el día con paciencia, lo hallará.
Y quien ama la luz, será amado por ella. (O)