Día a día se multiplican las quejas por la obstrucción de calles y avenidas de Cuenca, sin aviso previo en la mayoría de los casos.
La ciudad vive un “boom municipal” de obras, a todas luces sin la debida planificación.
Es un contrasentido quejarse por las obras; pero verlas por un lado y otro da otra connotación. Y más todavía si se tuvo el tiempo necesario para hacerlas.
No son obras, a lo mejor como las prometidas en campaña electoral, sino, por ejemplo, relleno de baches, recolocación de adoquines, poner carpetas asfálticas en ciertos tramos, o arreglo de parques.
Cuestionar su utilidad tampoco es sensato ni justo. Pero hacerlas de sopetón, como dice la gente “por aquí y por allá”, abandonarlas por unos días o dejar los escombros, molesta e indigna.
Tales procedimientos implican bloqueos vehiculares insoportables, desvíos imprevistos, más contaminación y pérdida de tiempo.
Los distintos medios de comunicación, ni se diga las redes sociales, dan cuenta del reclamo ciudadano, hasta ahora sin eco en el oído municipal.
Cuenca está estresada por esas acciones. No hacen sino aumentar las ya existentes en el tráfico vehicular. Tómese en cuenta lo cercano de las fiestas de su independencia, la Navidad y el fin de año.
Similar vía crucis viven otras ciudades cuyos alcaldes buscan la reelección, y, de alguna forma están en campaña electoral anticipada.
Si ese es el motivo por el cual se hacen obras de último momento, como así lo considera la ciudadanía, es una desconsideración, o creerla sin intuición e incapaz de discernimiento.
Pero puede resultar un búmeran, más aún si la intención es demostrar (¿aparentar?) trabajo y ejecución presupuestaria, cuando se tuvo tres años para hacerlo de forma planificada.
No hacemos sino transmitir e interpretar una queja ciudadana, a ratos no siempre bien acogida por quienes ostentan el poder local, pasajero por supuesto, pero capaz de hacer obrar sin sentido con tal de retenerlo.