Los colores de Halloween

Tito Astudillo y A.

Existen celebraciones en las que la espiritualidad está a flor de sensibilidad, como el Halloween del 31 de octubre y los días subsiguientes en los que, la sensación de que la vida terrenal y el más allá son una unidad renovándose parece levitar en el ambiente, motivando formas genuinas de conmemorar como el Día de Todos los Santos del primero y el Día de los Difuntos del dos de noviembre.

Halloween, reminiscencia del Samhaim de la tradición Celta que se celebraba, al iniciarse el invierno y el consiguiente periodo de siembras, durante tres días como un ritual del nacimiento y continuación de la vida, está íntimamente ligado a la costumbre de venerar y honrar a los difuntos presente en muchas culturas del mundo, unas con más raigambre popular que otras pero, todas, con características propias y universales como los colores de la fiesta que rescata, de la tradición Celta, los matices del bosque propios de esta estación del año como son: el naranja y el negro, los ocres, rojos y amarillos, gamas que caracterizan la decoración, disfraces y comparsas que, caída la noche, visitan los hogares solicitando un presente, sutil evocación de la generosidad de la tierra lista a recoger la semilla para germinar la vida; fin del verano y comienzo del invierno, fin de la cosecha e inicio de la siembre; la muerte y la vida, como un eterno retorno.

En mi urbanización Halloween se vive con entusiasmo. Desde temprano, los hogares se aprovisionan de sorpresas y golosinas, preparan disfraces, comparsas y galas; decoran de tétrico festivo la ciudadela, con esperpentos y parcas los cerramientos, las puertas, balcones y ventanas, vehículos y árboles. Caída la noche, un desfile de calabazas, brujas, guadañas y otros personajes siniestros y cómicos también, tocan las puertas solicitando su agasajo. Alegre bullicio que culmina en una cena comunal, colada morada y guaguas de pan. (O)