Ciudad singular que la llevo en mis entrañas como el más tibio y gran amor siempre presente. Enamorado eterno de sus techumbres de tejas sollamadas por los tiempos y los hornos, con sus casas cuyas fachadas primorosas dicen a las claras del mestizaje soberbio de su gente, los cuencanos. Enamorado no solo yo y mi corazón de sus magníficos recovecos ciudadanos, sus ríos, sus cantos, sus soles y sus fríos, sino que traigo como un marchamo ancestral de mis antepasados, que la amaron como se ama a sola una mujer, la madre y loaron sus cabellos y sus ojos. Cuencanos, mestizos de rancia estirpe. Herencia de caballeros castellanos rubios, blancos y de azulinos ojos, a su vez creados en el crisol de fuego con musulmanes, moros, andalusíes y judíos sefardíes, que trajeron las ajorcas, caballos, espuelas, armaduras y la pólvora a la América, para juntarse, ahora sí y dulcemente, con doncellas trigueñas de ojos capulíes, bellas princesas, soberbias herederas de fastuosos reinos cañaris, chimús, mochicas y por fin los incas.
La vida me llevó por muchos caminos y solazado de contemplar similitudes, me pareció ver a mi Cuenca de los Andes, en Cuenca de España y la bella Ronda donde los ríos esculpieron los barrancos, son telúricas similitudes. La vieja Bérgamo, que sintió la destrucción de Atila, me recordó en sus callejas estrechas, un aire de familia. Mi dicha de haber nacido en la casa de mis abuelos, hoy llamada de los murales, apenas trescientos metros de la plaza céntrica, me despierta la necesidad de ir de vez y en vez, a recorrer pasos como extasiado turista y puedo decir con orgullo desbordado, que mi Cuenca, la ciudad con alma, corazón y canto, es la mejor y la más conservada del Ecuador entero y con trecho largo. Muchos de los cuencanos que la idolatramos, se dieron en el inmenso trabajo de mantenerla y preservarla y su centro histórico restaurado, pintado y hermoseado, dice de ancestros, pues las fachadas españolas traídas sobre olas, se juntan con el adobe, la paja, los guijarros, los huesos y canillas en sus pisos indianos. Mestiza de noble estirpe. Sangre madurada con la chicha de maíz en cántaros de arcilla. Altiva como altivos fueron sus abuelos de dos sangres. Caprichosa, altanera, valiente, combativa, no deja, al igual que sus cuatro ríos, que se posen adúlteros vampiros en sus márgenes y regatos. Cuenca, la única. Cuenca la joya mestiza del nuevo mundo, espera de nosotros. (O)