Cuenca post fiestas

Pese a la tensión desatada en algunas ciudades por grupos violentos ligados al narcotráfico, el turismo tuvo su máxima expresión durante las fiestas por los 202 años de independencia de Cuenca.

Bien, muy bien por todos quienes son parte de la cadena productiva ligada a esa actividad. La ciudad, una vez demostró su fortaleza organizativa, sus propuestas, sus encantos naturales, su infraestructura y demás dotes únicos e irrepetibles.

Si bien, no se festejó a lo grande, si por grande se entiende a lo mejor el despilfarro de recursos públicos, los eventos programados fueron el marco ideal para celebrar a la capital azuaya de manera sobria pero altiva.

La suspensión de la Parada Militar, criticada por muchos a causa de la inseguridad y hasta por los ensayos, fue lo menos esperado. Suele atraer a miles. Para otros, era la oportunidad a fin de buscar medios de sobrevivencia. La decisión será, a futuro, parte del anecdotario.

Pero también quedan lecciones. Las dejaron, por ejemplo, los nudos vehiculares formados en casi toda la ciudad. Obras municipales, entre chicas, chiquitas y medianas, desarrolladas, como lo creen muchos, al calor de la precampaña electoral, conspiraron contra la movilidad, un viejo problema irresoluto.

Pasada la euforia por las fiestas, queda, como siempre, el sabor agridulce producido porque se siguen posponiendo sus múltiples necesidades. Si repasamos los reclamos hechos cada 3 de noviembre por los diferentes alcaldes, la conclusión es la misma: son por las mismas razones y los resultados son nada o casi nada.

Los tonos usados por los alcaldes han ido desde diplomáticos, de condescendencia con el gobierno de turno, de silencio, y hasta de proselitismo político como acaba de ocurrir.

Cuenca vuelve desde hoy al trabajo. Es decir, a la realidad. Ojalá, cuando menos el gobierno articule un verdadero norte para garantizar la seguridad ciudadana, base fundamental para la paz social y laborar en tranquilidad.