La preocupación sobre el clima y sus repercusiones en la sociedad no son un tema nuevo, la comunidad internacional lo definió como prioridad desde 1992, en la Conferencia de Río, y se siguió años después en Berlín (1995) cuando se abordó esta materia.
Posteriormente, la sesión realizada en Kioto (1997) fue determinante, pues se adoptó un tratado internacional que preveía la obligación de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de los países, así como un mercado de bonos de carbono.
Y fue en Paris, en 2015, cuando se adoptó el Acuerdo donde se pactó mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 grados Celsius (niveles pre-industriales), así como limitar el aumento a 1,5 grados Celsius.
Desde entonces, las apuestas han sido grandes, pero las respuestas han sido menores, así como los exabruptos por parte de los países, respecto a sus obligaciones asumidas.
Durante estos días, se desarrolla en Egipto la XXVII Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP 27, en la cual se ha expuesto de manera científica los nuevos retos que plantea el cambio climático, así como alternativas y agendas que deberían ser tomadas por los Estados, entre las que se encuentran por ejemplo el aumento del apoyo financiero para los países en vías de desarrollo por parte de aquellos que más tienen, a través de un “pacto de solidaridad climática”.
Muestra de ello, es que los bosques tropicales de Latinoamérica, por ejemplo, capturan un volumen considerable de CO2 a través de la fotosíntesis y lo almacenan en la vegetación y los suelos.
En el caso ecuatoriano, esto se amplía a nivel del ecosistema del páramo y del manglar, respectivamente. Por ejemplo, es el caso de las turberas (pantanos que tienen suelos ricos en materia orgánica) las cuales ofrecen una variedad de servicios ecosistémicos, entre ellas gran acumulación de carbono. Los resultados de esta investigación fueron publicados en la obra: “Turberas de Páramo en el Ecuador: notas sobre la ecología, conservación y restauración de un ecosistema estratégico”, elaborada por el Grupo de Ecología de Montaña, el Laboratorio de Ecología Acuática y el Instituto Biósfera de la USFQ.
Ecuador tiene mucho que ofrecer respecto a sus servicios ambientales, por ello es momento que se piense en políticas de conservación, debidamente financiadas, a través de fondos externos que permitan entre otras, la compensación por los servicios ecosistémicos prestados al mundo. (O)