El primer mundial de fútbol en el que participó la Selección de Ecuador, fue el de Corea-Japón 2022.
Hasta aquel momento el país venía de fuertes procesos de aislamiento común. Es decir, de una especie de regionalismos, división, e histórica revancha entre ecuatorianos. Una lógica de mínimos y máximos. De unos pocos y unos muchos. De los de la Costa y los de la Sierra. Los de Oriente y los de Galápagos.
Ya desde el inicio de la historia republicana del Ecuador, se mira que mucho tiempo éste tuvo que enfrentar una suerte de división e intentos de secesión o separación. En la lista. Que la República de Loja, la de Cuenca, la de Guayaquil, siempre existiendo posibilidades, intentos, intenciones y pocos espacios para la unidad.
Sí. Pero cuando el Ecuador -luego de un histórico proceso- llega a clasificar a su primer mundial de fútbol, al grito de “sí se puede”, la población se une y comprende que, en el trabajo conjunto, armónico y en equipo habitan posibilidades de superación y engrandecimiento. Si se quiere, fue aleccionador y transformador. Fue el inicio de un nuevo tiempo y de la construcción conjunta de una fórmula para pensar la ciudadanía, el compromiso, el patriotismo y la victoria.
Aquello duró muy poco. En el año 2007 el país tuvo un giro hacia la pérdida de lo sustantivo y unidad bajo la presencia de un discurso gobiernista confrontador, burlesco, revanchista y que clasificó -esta vez- en pelucones y no pelucones, en negros y blancos, en mestizos e indígenas. Que abrumó los espacios públicos con la publicidad hacia la segregación y división. Se rompió la armonía y la unidad. Se quebraron amistades y familias. La pasión por la política es tan igual o peor que la del fútbol y religión.
Pero siempre hay esperanza. Que este mundial Qatar 2022 sea la fiesta hacia la unidad de un país que la necesita. Hacia dejar posiciones y encontrar pasiones por el Ecuador. Por el trabajo y tarea en equipo más allá de viejas y anacrónicas revanchas que nos dejaron. (O)