La democracia exige honradez intelectual, inteligencia y sólidos principios éticos y morales.
Es una lacerante realidad, que la vida política en el Ecuador se ha deteriorado a límites inimaginables. Los ciudadanos de mejores cualidades, se han alejado de ella. El creciente desempleo, ha dejado campo abierto a la mediocridad, la corrupción y el autoritarismo.
La destrucción de los partidos políticos impulsada por populistas y demagogos, que han buscado el poder para satisfacer sus egos, el enriquecimiento personal y el de sus grupos mafiosos; ha devenido en el deterioro de la economía y la insatisfacción de las necesidades sociales.
LA BUENA POLÍTICA se aprende con los años de afinar el olfato por el bien común. La ética, las competencias democráticas, se las aprende en la familia, y en la escuela. Pero el conocimiento del contexto social, de la información y de la capacidad de interpretar la realidad, se aprende con lectura y estudio.
Tal capacidad depende de la formación en ciencias sociales, que son impartidas con calidad por contadas universidades. Los políticos sin formación alguna son inútiles y peligrosos manejando el poder.
Las ciencias sociales y humanidades, la filosofía, la historia, la antropología, la sociología y la economía, son indispensables para entender el mundo y transformarlo. Pero un economista o un abogado sin idea de la sociedad y de la historia, fracasa como conductor estatal y político.
Nuestra política FEROZ Y TRIBAL tiene una inagotable capacidad de destrucción hasta alcanzar niveles de podredumbre. Cuando la barbarie y la crueldad de las bandas del narcotráfico azota al país, en vez de abrir un espacio de unidad, se derrocha demagogia, tratando de aniquilar al gobierno débil que enfrenta una violencia criminal nunca antes vista.
Vivimos la miseria pervertida de la política: Asusta la combinación de la ignorancia, primitivismo, complicidad y demagogia. La indiferencia y el quemeimportismo impavidos, dejando que operen las bandas y carteles del narcotráfico, atacando a quién los enfrenta, devastando lo que queda para compartir los dividendos de la sucia impunidad.
Los políticos y estadistas deberían ser formados por los partidos o por las universidades. La mayoría de los partidos no son partidos, son maquinarias electorales listas para asaltar el Estado.
Debemos recordar que un hombre justo, ético, honrado y valiente aporta al demonio más aflicción que un millón de creyentes ciegos. (O)