Si bien es cierto, a más de uno puede llamar la atención que, la FIFA eligió a Qatar, un país sin tradición futbolística, acusado por cargos de corrupción respecto a la elección de la sede, y con discutibles estándares en protección de los derechos humanos; sin embargo, el problema es que no es la primera vez que casos como el narrado ocurren en la historia del deporte.
Lamentablemente, la organización de grandes espectáculos deportivos, tanto Juegos Olímpicos, Copas Mundiales de Fútbol, entre otros, han sido usados de manera recurrente por parte de gobiernos que, cuestionados respecto a su situación interna, intentan a través de majestuosas celebraciones “lavar la cara” a sus regímenes.
Si solamente se usa el caso de la FIFA, bien se puede recordar lo sucedido en Rusia 2018, con el gobierno de Vladimir Putin, o el de Argentina 1978, bajo la dictadura de Videla.
Mientras que, en los Juegos Olímpicos, su organización fue usada como bálsamo de progreso entre posiciones encontradas de la Guerra Fría, tales fueron los casos de: Múnich 1972, Moscú 1980, y Los Ángeles 1984.
Claro está, que también fueron demostraciones de señales de progreso y de cambios institucionales y democráticos, en Seúl 1988, Barcelona 1992, y Pekín 2008.
No obstante, ha sido también crucial el rol que han tenido los deportistas con el propósito de hacer conocer su inconformidad respecto de los regímenes que organizaron estas citas deportivas. Pues, a través de gestos, símbolos, declaraciones ante la prensa y otros, pusieron de manifiesto violaciones contra los derechos humanos, así como comportamientos xenófobos, racistas, otros que afectan ante la igualdad de género, así como abusos sexuales, explotación laboral, etc.
Sin embargo, en esta cita mundialista no ha dejado de sorprender la actitud de la FIFA, como censor de las distintas manifestaciones que los jugadores y las selecciones en su conjunto han intentado.
Pese a ello, en la “sociedad del espectáculo”, muchas veces este tipo de censuras juegan un rol contraproducente, pues terminan siendo más fuertes que las propias denuncias, ya que trascienden ampliamente hacia los espectadores. (O)