Un día como hoy, allá por 1915, hace exactamente 107 años, un joven científico ingresaba a la Academia Prusiana de Ciencias para cambiar la historia de la humanidad y redefinir nuestra comprensión del Universo. ¿Su nombre? Albert Einstein, y su trabajo las “Ecuaciones de Campo” que dieron origen a lo que hoy conocemos como la Teoría General de la Relatividad. Una teoría que, lejos de buscar un estrafalario complejo matemático, se presentó con la elegancia del álgebra, de lectura fácil, sencilla, cristalina, intuitiva… Y sin embargo, genial.
¿Qué es lo que significa esta relatividad? Pues, desde la ciencia y los maravillosos campos de la física, se explicaría (de la manera más sencilla posible) desde el cómo la densidad de la materia y la energía determinan la geometría de la las líneas espacio – tiempo. Y esto desde certezas maravillosas como el que las leyes de la física son las mismas en cualquier lugar del Universo. Y también desde la magia de la ciencia definiendo conceptos que casi rozan el surrealismo, como la existencia de agujeros negros, la velocidad de la luz o la torsión de la luz por causa de la gravedad.
Teoría que además, con una maravillosa sencilles, plantea una verdad universal: no existe un patrón absoluto de reposo, todos nos movemos respecto a algo, no existen tampoco puntos de referencia absolutos y todo depende del lugar desde el cual se observa y del mismo observador. Y algo más, como decía Prathett: «No importa lo rápido que viaje la luz, siempre se encuentra con que la oscuridad ha llegado antes y la está esperando».
Y uno no puede evitar preguntarse si esta verdad de la física, no lo es también para el resto de aspectos de la vida. Si la relatividad del tiempo no es más evidente en ese minuto, cortísimo durante una velada con los amigos, y eterno en la sala de espera de un hospital. Si no es cierto, también para la sociedad, que no existen teorías, credos, doctrinas o religiones capaces de encontrar una verdad absoluta. Que todo depende del observador, del contexto, del momento en el tiempo. Que nada es verdad y, al mismo tiempo, todo lo es… (O)