La emoción de volver a mirar a Ecuador jugar un mundial fue indescriptible. Un grupo de muchachos, a lo largo de vario meses, trabajaron durísimo bajo el mando de un ser humano excepcional. Como olvidar las goleadas a Colombia o Uruguay. Esos partidos jugados en medio de una pandemia garantizaban un futuro prometedor.
Que alegría fue escuchar nuevamente el himno de nuestro país en tierras árabes. Los periodistas deportivos hablaban de una época dorada de la tricolor. Es que Ecuador fue la tercera escuadra más joven del mundial. De pronto el nerviosismo nos jugó mal en el último partido, pero qué se le puede hacer. Así es la suerte en este deporte.
A los seleccionados ecuatorianos no se les puede reprochar nada. Quiénes íbamos a imaginar que en el segundo partido de la serie arrinconaríamos a los Países Bajos. Fuimos superiores al equipo de Louis Van Gal. Los teníamos aprisionados. Un gol anulado y un tiro al poste de Gonzalito Plata, demostraba que la Tri era una máquina.
Mirar a la hinchada ecuatoriana, tan colorida, mezclada con la cultura qatarí dejaban unas postales sensacionales. Escuchar el sí se puede, aceleraba el corazón. Los 270 minutos los vivimos con mucha pasión. Durante este tiempo nos olvidamos de la sociedad polarizada y nos unimos un solo puño.
Causó tristeza ver a nuestros muchachos tirados en el medio de la cancha, con sus ojos llenos de lágrimas. Estuvimos a pocos minutos de escribir una nueva historia, pero el destino fue otro. La camarería del resto de jugadores alzando a los tricolores tocó las fibras más sensibles. Fue un largo proceso que parece injusto habernos quedado así.
Pero bueno, queda una cantera envidiable. La Federación Ecuatoriana de Fútbol tiene una enorme responsabilidad, para que este proceso continúe. En marzo del próximo año inicia un nuevo proceso eliminatorio. ¡Esto no puede parar! (O)