El sol de los ciegos (Vaso Roto, Madrid, 2021) es un amplio conjunto de poemas de Alfredo Pérez Alencart (Perú, 1962), en donde la representación creativa se eleva a verso que emana como flor, como espina, como esperanza. Hay una variada percepción semántica en el intento por dar con el justo verbo. Y lo logra, con la destreza del bardo que ha transitado por el lodo, el barro, los inviernos y las noches interminables. Como fina artesanía, que alcanza el culmen del arte, Alfredo moldea y depura las ideas primarias en su taller de trabajo, para lo cual imbrica aspectos que rondan al hombre y que sirven de conducto isotópico: el desarraigo, la adopción geográfica, el bien y el mal, la búsqueda de las identidades, la guerra, la creencia omnipresente, el fértil legado bíblico, el inevitable suceder del calendario, el homenaje a los auténticos dadores del cántico literario, los amigos, el reverencial susurro al núcleo del hogar. A lo que se multiplica -como los peces y los panes- una alusión constante en el contenido poemático: el amor, cuya mímesis mitológica alcanza el sinónimo de la poesía misma. Amor que fecunda en la dedicatoria a la amada eterna: Jacqueline, y de quien el poeta clama en oración perene ante su ausencia definitiva: “Recuento tu sacrificio / hecho sólo por amor, / compañera en todo, / amantísima / gacela…”. Mientras a su hijo adorado exhorta a escribir “sobre la piel / de todos los misterios”.
Son textos que hablan del sujeto poético y que preservan el eco de los otros. Se interpela la condición solitaria del ejercicio estético; la elevación del poeta (“firme aprendiz de soledades”) a los cielos, no obstante de su vuelo por los márgenes nublados de la madrugada. El cúmulo de recuerdos permite la invocación del jardín en la Tierra y de los momentos entrañables que alimentan el discurso intradiegético. Hay un matiz que prevalece en la línea versal: lo preciso y lo conciso.
Pérez Alencart guarda gratitudes a Salamanca -y a su claustro universitario-, la casona inmensa que majestuosa albergó a nuestro poeta. Y entre las sabias lecciones quedan las aprehendidas de la erudición unamuniana: “Voz urgente, / de adviento o de sangre”. Por eso, esta sinfonía estrófica ha sido escrita a la orilla del Tormes (siempre a la orilla del Tormes) como legado para los siglos de los siglos. (O)