Ven, Jesús

Ven, Jesús. Es hora de que vuelvas a pisar la tierra. Para los creyentes lo estás siempre, siempre. De lo contrario a nadie se le hubiera ocurrido inventarse la esperanza.

En tu nombre, en el de tu linaje divino, se inventaron una fiesta llamada Navidad. Creo que las intenciones fueron buenas. Al principio, claro está.

Quisieron emular las condiciones en las que dicen que naciste. El mensaje que trajiste.

Luego se inventaron el árbol de la Navidad. A la par, la figura de un viejo regordete, barbón, pelón, cargado de un bolso, dizque lleno de regalos, de juguetes.

Claro, los niños de ahora ya no se comen el cuento de que Papá Noel, así lo llaman, deja juguetes mientras ellos duermen. Aunque no a todos.

Yo, ingenuo como millones de niños, cuando mi pueblo era chiquito, de casas bajitas, donde los cañaduzales le rodeaban de un manto verde por los cuatros costados y olía a dulce y a aguardiente, esperaba a ese viejo por mi regalo. Nunca llegó. No quedaba más que hacer un carrito de lodo.

Con algo de suerte, unos samaritanos nos daban un caramelo multicolor, casi tamaño de una bola de billar. Consumirlo duraba algunos días. Y tú Jesús, sí debes acordarte. Nos daban en tu nombre. No a todos, claro está.

Ya lo vez. Me he puesto a hablar contigo como si nos conociéramos.

Habrás visto, sentido rabia acaso, que para dizque rememorar tu nacimiento se arman banquetes, pases, se intercambian regalos, mientras más costosos, mejor; tratando, supongo, de emular a Melchor, Gaspar y Baltazar, en tanto millones de niños padecen hambre. ¿Los has visto? No me digas que no.

De sobra conoces que creada para celebrarte es la fiesta del consumismo. Y has de saber, que por eso hasta los ateos despilfarran.

¿Qué no has de ver casas y edificios repletos de luces de todo color; de adornos, así los corazones de quienes los colocan latan en pechos henchidos de odio, de desamor, de hipocresía, de guerra, de insolidaridad, de amasar fortunas, ¿incluso hasta robando o maltratando a su prójimo?

Si vuelves a pisar la tierra, o sea que vuelvas a ser de carne y hueso, camina por las ciudades. Notarás que en tu nombre se levantan inmensos pesebres, solo para decir que son los más grandes de una ciudad, de un país, de un continente.

¿Te puedes imaginar eso, Jesús? Igual sucede con los árboles de Navidad, con los nacimientos. Los más grandes. ¡Oh sí, los más grandes!

¿Lo ves Jesús? Te han desnaturalizado. Te han desfigurado. Te han convertido en objeto decorativo para hacer dinero, para aprovecharse de tu nombre y pronunciar la palabra paz, masticándola, aborreciéndola, no sintiéndola. Ven. “No tardes tanto”. (O)

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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