El 10 de diciembre de 1948 la Organización de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, expresión existencial de la dignidad de las personas y de la solidaridad que nos debemos los unos a los otros en este mundo rico en su naturaleza y diverso por sus culturas.
Hoy, luego de 74 años de vigencia jurídica, es necesario poner en la óptica de su aplicación la visión objetiva de las condiciones actuales de la humanidad.
Los derechos a la vida, la paz y la libertad en muchos casos son violados al igual que el trabajo, el salario justo, la propiedad, la educación, la salud, el medio ambiente, la seguridad y el debido proceso expresiones de la justicia y de la igualdad que son de trascendental importancia y exigencia.
Hoy, factores de mortal agresividad actúan con mayor fuerza que hace decenios. Una guerra de agresión, genocidio y terrorismo, con evidente violación al Derecho Internacional Humanitario, se desata en la mitad de Europa con peligro de extenderse al mundo y usar instrumentos termonucleares.
La globalización del delito ha penetrado sistemas y estados, lo privado, lo público y múltiples organizaciones, al punto de constituir la anticultura de la vida y de la armonía social, lo que exige restaurar los valores y principios culturales para institucionalizar efectivamente el Derecho Internacional punitivo de los derechos humanos que con cínico abuso son utilizados para beneficio e impunidad de los delincuentes.
El delito como tal y el crimen organizado deben ser juzgados como el mayor peligro para la seguridad de todos. (O)