Mágica y universal, motivo de encanto y algarabía que invade los más distales rincones del planeta. La vida de los humanos está marcada por credos, costumbres y recuerdos. Por fe y luz que nos guíe en el sendero y la gran razón, la Natividad de un niño humilde y divino, dueño del amor y perdón, de universal fraternidad y justicia en un mundo de inequidades con guerra y turbulencia, de indigencia moral que líquida niños y enferma su tránsito por este mundo en donde los embusteros enriquecen su ególatra imagen para minar el futuro de sus pueblos.
Resulta imposible olvidar nuestra infancia, cuando todo fue más sencillo, distanciada del consumismo, cantamos villancicos o rezamos la novena al Niñito, en medio del amor de los abuelos estuvo tan presente en nuestra formación y marcó en nuestras vidas. Los buñuelos con miel en la cena navideña, la magia del zapato vacío para esperar el obsequio solicitado mediante carta manuscrita. Pero, el paso del tiempo es indetenible, y todo es historia familiar; volaron los abuelos, partieron los padres, y tantos familiares y amigos y hoy estamos en fila. Más la Navidad es la fiesta de los Niños y no permitamos el cordón de abusos que se comete contra estos angelitos, muchas veces vejados y condenados a los suplicios de un primitivo humano, distanciándoles del crisol de paz y amor que fue el designio del Creador.
Cuenca mantiene su folclore y fe a través del Pase del NIÑO VIAJERO, extraordinario y único evento, que seduce a miles de seres humanos en un magno desfile que engalana a la capital morlaca. Es importante resaltar que el motivo mayor de la Natividad, es la llegada de Jesús, esencia de amor y dulzura, esperanza para un mejor mañana.
Quiero aprovechar de esta columna, para hacer llegar a mis queridos Lectores (as), un caluroso saludo navideño, mi gratitud por brindarme de su tiempo para compartir criterios y comentarios. (O)