A partir de las reformas al Código de la Democracia, los procesos electorales cuentan con debates obligatorios. No es que en el país no se hayan realizado este importante proceso, sino que el mismo ha tenido la dificultad de no contar con la presencia de todas las candidaturas. Quien busque la aprobación popular no puede evadir la responsabilidad de presentar sus propuestas e interactuar con las de los contendores. La comunicación en un proceso electoral debe concentrarse en los programas y proyectos, en los temas de importancia de la ciudadanía y no en los últimos videos de entretenimiento que el entorno digital ha impuesto en las nuevas prácticas de comunicación política.
Por ejemplo, hace pocos días el sector cultural de Cuenca organizó un encuentro para conocer las propuestas de los candidatos en relación con la gestión cultural. No hay duda de que, para una ciudad reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad, la política cultural que provenga de la municipalidad es fundamental. A la cita faltaron dos de los nueve candidatos. Las propuestas fueron presentadas, debatidas, confrontadas, como corresponde en procesos electorales maduros y democráticos. El sector cultural quedó con ideas de los proyectos y políticas que proponen los que sí estuvieron y de la misma forma, ignorará las propuestas de los ausentes. Hoy en día, no debatir, no solo que atenta con la democracia y perjudica la deliberación razonada, sino que también es un peligro para la favorabilidad en el voto. La ciudadanía rechaza a los ausentes porque considera un desprecio faltar a la obligación de responder y contrastar con otros sus propuestas.
Hace cuatro años, a los debates organizados por foros independientes o por medios de comunicación, hubo candidaturas que rechazaron la oportunidad de contrastar sus propuestas. No ganaron. Quien sí debatió, ante la ausencia de los “que iban primero en las encuestas” tuvo el micrófono y la cámara para exponer su propuesta y llamar la atención de los indecisos. La ausencia puede salir contraproducente debido a la carga negativa en la conversación provocada por la silla vacía expuesta en medios sociales y tradicionales.
Debatir es una obligación del sujeto político. No una mera condición estratégica electoral. Deben existir principios que superpongan prejuicios marketeros que no son válidos en los actuales momentos. No se trata de hacerlo sólo en el que el CNE convoque por ser obligatorio, sino acudir también a las invitaciones que desde espacios mediáticos e institucionales se organicen. El sector cultural se quedó con dos ausencias. Veremos si los medios de comunicación logran establecer foros a los que puedan asistir el total de candidaturas. Sólo así aprenderemos el valor del respeto, la madurez política y la voluntad democrática que implica aceptar un debate.