¿A quién quemar por fin de año?

Al que nos consume las selvas, montañas, cerros, aun el pedazo de tierra virgen escondido con celoso afán.

Al que nos seca los glaciares, nos consume los ríos, quebradas, riachuelos, manantiales, los pantanos también, los páramos ni se diga, las costas igual.

Al que nos llena los mares con plomo, mercurio y más tóxicos, como tóxicos son los plásticos, los restos de naves espaciales, el petróleo derramado y todo cuanto él lo ha desechado durante siglos.

Al que holla nuestro suelo en busca de oro, cobre, diamantes, plata y bronce para acumular y acumular riquezas, riquezas que se quedan en pocas manos, en manos de los poderosos de siempre.

Al que nuestro aire, que también es de él, lo contamina, volviéndole irrespirable, plomizo y denso; escaso y enfermizo.

Al que nos sacrifica para comercializar nuestras pieles, nuestros cuernos, también nuestras garras y plumas, y aún nuestra sangre y huesos.

Al que parece molestarle nuestro majestuoso vuelo, nuestra capacidad para mimetizarnos; también nuestra vista nocturna, nuestras señales y demás lenguajes, si bien no pronunciables, sí demostración de que estamos vivos, que hacemos nuestras vidas y dejamos que los otros hagan la suya, incluso él.

Al que nos tiende trampas, nos da caza, nos envenena, sin importarle la orfandad de nuestros críos o su seguro aniquilamiento; o para encerrarnos en jaulas, cárceles donde en silencio sucumbimos y nos morimos.

Al que si nosotros lo domáramos caería en cuenta que, como nosotros, es criatura mortal, luz de vida, dador de vida, de libertad; también de amor, de que es parte de la madre naturaleza, cobijado por el mismo cielo; destinado, al final, a ser polvo y recuerdo, y acaso eterno olvido.

Al que nos arrincona y nos expulsa de nuestros hábitats, destruyendo bosques, encementando valles, agrandando ciudades, probando armas nucleares, llenando de basurales todos los rincones que aún quedan, jugando a la guerra, el último peldaño de su deshumanización, de su decadencia sin retorno.

A quien nos mata fumigando las flores, llenando de pesticidas nuestros suelos, que también le fueron dados, prestados por el Creador, crea o no en él.

Al que investiga vida en otros planetas, mientras en el que le fue concedida, estima que solo él tiene derecho a vivirla, que los demás no lo merecemos o lo merecemos menos, y en sus locos devaneos cree que somos sustituibles.

Aquella podría ser la resolución de la asamblea mundial de animales previo a dilucidar a quién quemar para despedir al 2022. ¿A quién? ¡Al HOMBRE! ¿Por qué no? (O)

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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